sábado, 20 de octubre de 2007

Egoísmo sustantivado

Nombres. Sustantivos propios. Topónimos.
Son ellos los culpables. Los que inventaron la propiedad.
Todo empezó cuando un hombre vestido con pieles hizo su casita de palos y dijo: "Esto es mío". A partir de este momento la especie humana se dió cuenta del gran placer de la posesión. Por ejemplo: cuando ponemos nombre a un hijo, es porque es nuestro hijo. Y si hace 500 años alguien decidió poner nombres de ciudades españolas a medio mundo, fue porque de esa forma obtendría el poder de explotar en su favor toda esa zona. Los nombres que se aplican ahora a el resto del mundo ya no son nombres de lugares, sino nombres que nadie sabe a quién pertenecen y, sin embargo, todo el mundo conoce: nombres de multinacionales, que ahora mismo, no prentendo promocionar.
Así es, como digo, que son los nombres son los que inventan la propiedad territorial. Muchas de las guerras sucedidas en el topónimo Tierra tienen como única función delimitar zonas que serán bautizadas con el nombre del lugar o multinacional dónde mande el antropónimo conquistador.
Una vez conseguido algo tan aparentemente banal como un nombre viene lo más ansiado por el homo sapiens, que tanto ama el verbo tener: tener poder y tener dinero.

Es cierto que un día el homo sapiens descubrió que podía hablar y gracias a ello evolucionó hasta lograr inventar miles de millones de cosas últiles que no sirven para nada. Pero también es cierto que ese mismo día inventó la palabra que lo está haciendo involucionar ahora: mío.

Antes de que ese mono desnudo inventara esa palabra nadie tenía nada, y por eso, todos lo tenían todo.

jueves, 11 de octubre de 2007

Una breve historia de los Reyes Católicos y su prole

Unieron Isabel y Fernando por medio de un matrimonio sus vidas y territorios en el año 1469 -Castilla por parte de ella, Aragón de él- formándose así la pareja conocida como Reyes Católicos.
Ambos compartían el mismo afán de unificación religiosa y territorial en la Península Ibérica. Así pues, lo primero que hicieron juntos fue terminar la Reconquista del reino entonces llamado Al-Ándalus que tantos años de guerra había causado. Para el año 1492 Granada ya era española y, como consecuencia, los árabes habitantes de la zona que rechazaban la religión por excelencia (el cristianismo) eran expulsados del reino, y en los peores casos perseguidos hasta la muerte. Algo parecido ocurría con los judíos, pues la intolerancia religiosa se hacía más fuerte que nunca: el lugar parecía demasiado pequeño para soportar la convivencia de tres religiones.
Las opciones para los herejes eran pocas; conversión, expulsión u hoguera. De lo último se encargaba el Tribunal de la Inquisición, establecido por los Reyes Católicos para hacer honor a su nombre.
Como es deber de un rey predecesor del absolutismo, la pareja católica pidió permiso a Portugal, vecino amigo, para colonizar Canarias -lugar estratégico de escala para barcos mercantes. Tras una lucha, que resultó ser más dura de lo esperado, con los neolíticos e inermes habitantes del archipiélago, España pudo al fin contar con Canarias como colonia en 1496.
Cierto día apareció en la corte un señor, dicen Italiano, llamado Cristóbal Colón pidiendo financiación para un viaje a la India, con el que traería mercancías para el país. Tenía un plan de navegación atrevido y quizá extravagante: cruzaría el océano Atlántico y, dando por supuesto que la tierra era redonda, llegaría sin necesidad de bordear el continente Africano a la ansiada India. Esta propuesta ya había sido rechazada en Portugal, pero Fernando II e Isabel I, como buenos reyes innovadores que eran, confiaron en Colón. Y su confianza llegó lejos en 1492, pues aunque el marinero no llegó a la India, se topó -sin llegarlo a saber jamás- con todo un nuevo continente habitado por "salvajes" sin explotar: América.
Para la desdicha española, los ingleses y portugueses se enteraron del hallazgo. Así que no tuvieron más remedio que repartir las tierras: norte para Inglaterra y sur para España y Portugal. Entonces se procedió a la conquista
Las hazañas de los Reyes Católicos pusieron broche final con la anexión del reino navarro. Ya solo necesitaban conseguir -mediante constantes casamientos de reyes y príncipes portugueses con sus hijas- otra unión dinástica con la que unificar toda la península, cosa que, como se puede observar, jamás consiguieron.
Tras la muerte de ambos reyes, el trono español es negado a su hija Juana, pues decían estaba loca de amor por su marido, Felipe el Hermoso (cuya mayor preocupación era ser enfermizamente infiel). Felipe era hijo del Emperador Maximiliano de Austria y María de Borgoña. Así pues, el trono fue directamente concedido al nieto de los católicos: Carlos I de España y, a la muerte de sus abuelos austríacos, también fue el quinto Carlos importante de Alemania.

El reinado de Carlos I y V (1516-1556) persiguió los mismos motivos de unificación que sus abuelos (religión y poder territorial). Aunque ya no se tratara de un reino sino un Imperio donde, debido a su gran tamaño, nunca se ponía el sol: España.
Ahora este imperio estaba formada por casi entera la Península Ibérica, grandes partes del sur y centro de América, Canarias, el sur italiano, Baleares, Alemania, y los Países Bajos. Gran parte de su reinado se dedicó a luchar contra una Francia envidiosa de poder y una Alemania luterana que se empecinaba en reformar la Iglesia. Dentro de la península dedicó su tiempo a reprimir las revueltas anti sangre azul, como las Germanías de Valencia y la rebelión Comunera en 1520.

Su heredero, Felipe II (1556-1598), continuó con el legado anti protestante que había dejado su padre y su política bélica: siguió enfrentando ejércitos por motivos religiosos, retrasó lo máximo posible la independencia de los Países Bajos y fracasó una y otra vez intentando invadir Inglaterra, que además de llevarle la contraria en todo lo posible descubrió una genial forma de diversión: hundir y atracar barcos españoles.

El Imperio Español empezó decaer con la llegada de los Felipes: el Tercero (1598-1621) y el Cuarto (1621-1665). Durante estos tristes años, España juega con sus soldaditos de plomo envejecido en la Guerra de los Treinta años a la vez que pierde Holanda en 1648. España iba siendo acorralada lentamente por Francia e Inglaterra, que aprovechaban la incapacidad de sus monarcas. Estos casi siempre dejaban el poder en manos por los llamados "validos"; los reyes preferían divertirse mientras los validos (Olivares, Francisco de los Cobos, Antonio Pérez) hacían el sucio trabajo de intentar fallidamente limpiar los alrededores de herejes, independentistas y potencias europeas.

Para terminar la dinastía Habsburgo, nació un Carlos II (1516-1556) demasiado puro de sangre como para tener el privilegio para ser fuerte e inteligente y fértil. España continuó su decadencia a manos de otro valido (o regente, quién sabe), mientras Carlos II moría sin descendencia y se desencadenaba una guerra de sucesión. Pero eso ya es otra historia.




Escrito a las tres de la mañana, y en consecuencia, escrito con menos neuronas de las pocas usuales

domingo, 7 de octubre de 2007

Triste de mentira

¿Por qué iba ella a expresar estúpidos, repetitivos, superficiales y archiconocidos sentimientos, de forma que quien los lea sienta que no siente, pues jamás llegara a su éxtasis depresivo sobrecargado?

El hacerlo no significará que ella dejede ser una niña tonta que sobreestima un dolor insignificante. Solo supondrá un nuevo sentimiento de egoísmo para con el mundo y con esto otro motivo de autolamentación.

Y, ¿quién quiere estar hipócritamente triste? ¿para qué ese afán de victimismo?
¿para ser un pseudo mártir mediocre y así compensar el no atreverse a ser uno verdadero?

¿Quien necesita serlo? Ella quizá.
Yo no, ya no.