martes, 28 de julio de 2009

Canción mansa

"A veces pienso que todo el pueblo,
es un muchacho que va corriendo
tras la esperanza que se le va...
La sangre joven y el sueño viejo,
pero dejando de ser pendejos
esa esperanza será verdad"


Alí Primera

martes, 7 de julio de 2009

Nocturnas ocurrencias

-Lo que pasa los dos tenemos bichos malos. Y cuando estamos juntos esos bichos se pelean y se matan. Y entonces ya no hay bichos malos
-Pero cada día hay bichos nuevos que matar.
-Claro. Esa es la dicotomía universal.

viernes, 3 de julio de 2009

Como el parásito se convierte en perro

SEMIOLOGÍA DE UN PERRO CALLEJERO

El cinismo es una de las muestras más radicales de la filosofía helénica. Para los cínicos la forma de vida es inseparable del pensamiento filosófico pues ambas cosas -vida y pensamiento- se influyen mutuamente. En palabras de Spinoza “las pasiones externas influyen en las pasiones internas y viceversa”. En ocasiones en concepto de cinismo puede ser malinterpretado, por lo que en la actualidad suele tener connotaciones bastante negativas (baste mencionar el mal llamado síndrome de Diógenes). Para salvar estos errores en primer lugar sería conveniente definir lo que entendemos por cínico. Si hablamos coloquialmente de una persona cínica, queremos decir que es desvergonzada y no teme a criticar lo que le parece reprobable usando altas dosis de sarcasmo, es decir, que entendemos por cínica a la persona que provoca malintencionadamente.

Aún así, desde un punto de vista histórico, el origen de la palabra cínico, se remonta a la Grecia helénica y proviene del vocablo kynos (perro) que pronto derivó en kynikos (aperrado). Es por esto que la filosofía cínica es una filosofía anclada en la naturaleza, que rechaza las convenciones y construcciones sociales en pro de una vida sencilla, de la vida de un perro callejero. Según un discípulo de Aristoteles “hay cuatro razones por las que los cínicos son llamados así. La primera es por la indiferencia en su manera de vivir, porque cultivan la indiferencia y, como los perros, comen y hacen el amor en público, van descalzos y duermen en toneles y encrucijadas... La segunda razón es porque el perro es un animal impúdico, y ellos cultivan la desvergüenza, no como algo inferior a la vergüenza, sino por encima de esta... La tercera es que el perro es un buen guardián y ellos guardan los principios de su filosofía... La cuarta razón es que el perro es un animal selectivo que puede distinguir entre sus amigos y sus enemigos; así ellos reconocen como amigos a quienes atienden a la filosofía, y a éstos los tratan amistosamente, mientras que a los contrarios los rechazan, como los perros, ladrándoles”. Quizá también pudiera añadir una quinta razón por la que el adjetivo perruno encaja perfectamente en el pensamiento cínico y es que tanto los perros como los cínicos son animales autónomos, que no tienen problemas al rechazar las convenciones y viven conforme a su propia naturaleza sencilla.

Diógenes de Sinope, el más popular de los cínicos encontró en los animales, y especialmente el en perro, su modelo de conducta viendo en el un perfecto ejemplo de vida despreocupada y sincera. Es por esto que cuando sus conciudadanos atenienses lo apodaban perro con una intención peyorativa Diógenes se enorgullecía pues su actitud ante la vida era deliberadamente animal. Pretendía con esto desligarse de las obligaciones que le imponía una sociedad enferma y deshonesta, una sociedad que no acepta su propia naturaleza animal y se avergüenza de ella tratando de ocultarla bajo vacuos refinamientos artificiales.

EL DESAPEGO

En una civilización que no merece ser obedecida los cínicos buscan la autarquía, buscan emanciparse de los valores convencionales impuestos, “muerden” a todo aquel que pretenda coartar su libertad e incluso optan por desprenderse de todo objeto que los ate y que condicione sus vidas. Cuenta Laercio que cuando Diógenes vio como un niño bebía agua con las manos en una fuente, comentó “Este muchacho me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas”, y tiró su escudilla. Con esta acción Diógenes es un claro ejemplo de la frase “no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”. Y Diógenes no necesitaba más que una tinaja en la que guarecerse, un manto, un morral y un bastón para apoyarse.

Yendo más allá el desapego material el cínico renuncia a cualquier cosa que ponga en peligro su propia independencia, ya sean los compromisos afectivos, los recuerdos, los placeres inciertos e innecesarios, etc. La independencia y la libertad son pues, superiores al placer; los placeres crean dependencia y la dependencia infelicidad. La felicidad para los cínicos consiste en la virtud e independencia del alma humana, y en la práctica continua de la filosofía como forma de vida, una vida cuyo máximo exponente es la liberación de las necesidades perecederas que conllevan las pasiones.

Quizá podríamos hallar cierta relación entre este ascetismo cínico y el ascetismo del budista. Ambos buscan liberarse del apego a las cosas materiales o sociales que les impiden autorealizarse libremente. Pero mientras los budistas intentan desprenderse de su propio ego para lograr salir individualmente del círculo de la vida (samsara), de la conciencia de yo, los cínicos aspiran a encontrar la virtud pero no apartándose de la sociedad y negando su propio yo sino influyendo dialécticamente en sus conciudadanos. He aquí la influencia de la ironía socrática llevada a los límites del sarcasmo hiriente. La filosofía cínica tiene una teleología clara: el cambio social como medio para el cambio individual al que se llega mediante el ejemplo público. Por el contrario la finalidad del budismo clásico es el cambio interno del individuo pues presupone que de este cambio derivaran todos los demás cambios. En el budismo clásico encontramos una actitud pasiva con la sociedad, aunque no el budismo de Nichiren que tiene mayor alcance social y quizá se asemeje más al cinismo.

CINISMO URBANO DEL SIGLO XXI

El pensamiento cínico ha tenido grandes influencias en la actualidad, siendo quizás inconscientemente una referencia para los movimientos antisistema, anarquistas, libertarios... Un claro ejemplo de cínico del siglo XX es la figura del punk. Ambos rechazan toda autoridad ajena y promueven la autonomía del individuo ante los artificios creados por el Estado. En una sociedad alienada y gregaria, niegan los acartonados valores del nihilismo de sus respectivas épocas y atacan satíricamente a las causas de una supuesta libertad y de la imposición y aceptación de falsas verdades: verdades estas como la creencia naturaleza de la familia nuclear, el consumo como necesidad infinita, la defensa apasionada del progreso destructivo y la creencia en una identidad étnica.

Ante la sociedad de consumo inconsciente los punks propugnan el DIY (do it yourself, o “hazlo tú mismo”). En un anacrónico paralelismo vemos como los viejos cínicos con su rechazo a cosas superfluas defendían ya esa idea de independencia del estado de cosas en pro de unos valores más acordes con la naturaleza animal de los humanos.

En la sociedad griega, el cínico, aunque no dejaba de ser molesto con su humor corrosivo era socialmente aceptado y hasta admirado por un gran sector de la población, a la vez que actuaba como conciencia colectiva y para bien o para mal, influía en la vida pública. Lamentablemente quizá no podamos decir lo mismo de estos “neocínicos” urbanos, quienes son rechazados e infravalorados por gran parte de la sociedad. Quizá en este sentido habría que tener en cuenta también la influencia de los medios de incomunicación sobre las conciencias de los ciudadanos idiotas (en el sentido más griego de la palabra) que mantienen una relación mucho más estrecha con su televisor que con la gente de la calle, creando así una conciencia mediada y virtualizada en la que los prejuicios fabricados en antena son mucho más fuertes que la posibilidad de una experiencia real entre personas de distintas ideas que intercambian opiniones en la calle.

Quizá en la antigua Grecia, en sus calles y en su ágora pudiésemos encontrar relaciones verídicas, cara a cara, entre las distintas sectas del pensamiento. Los textos antiguos dejan constancia de la importancia del diálogo en la sociedad helénica, algo que nosotros hemos perdido al recluirnos en pequeños bloques amontonados unos encima de otros y mantener una continua relación con la monológica caja que no hace más que reafirmar nuestros prejuicios, sin atrevernos a salir de nuestro propio círculo ideológico por miedo a cambiar nuestros más interiorizados prejuicios.

TRANSMUTANDO LOS VALORES

“Ser tontos y tener trabajo, eso es la felicidad” dijo G. Benn. Es tarea del cínico del siglo XXI romper con esta concepción de la felicidad por una más auténtica, tarea casi imposible en un contexto alienante como el contemporáneo. ¿Cómo romper con los triviales valores humanos? Para encontrar la verdadera humanidad, una humanidad sencilla, una humanidad animal, emancipada, libre, una humanidad feliz que se acepte a sí misma dijo Nietzsche que “hay que haber encontrado antes la linterna, ¿tendrá que ser la linterna del cínico?” Hasta ahora hemos vivido sumidos en la oscuridad, o bajo luces artificiales que se nos muestran una realidad virtualizada y no parece haber una escapatoria a esta sociedad enferma de vacuas necesidades.

Una sociedad que no hace más que autodestruirse, que es un párasito para sí misma y para sus entorno. Quizá el parásito humano deba volver atrás, deba “involucionar” hasta que olvide su complejo de superioridad y pueda volver a vivir en una simbiosis con la naturaleza y con lo demás parásitos humanos y no humanos. A partir de ahora, el verdadero progreso consiste en destruir más que en crear, y es la lengua bífida del cínico la que acaso podría dinamitar nuestra moral destructiva, siempre y cuando, antes haya alguien que destruya los medios de embrutecimiento colectivo.