miércoles, 28 de abril de 2010

Todo lo demás

Verte dormir.
Y tus rizos se mezclan
con los ruidos
de la calle enmohecida.
Verte soñar.
Y mi mano se desliza
por tu pelo
con ese gesto enloquecido.
Verte despertar.
Y tus ojos
dicen cosas
que solo entiende cierto sueño.
Hablas
y te limpio las legañas con un beso.
Duermo,
y tu mano ya se pierde entre mis pechos.

viernes, 16 de abril de 2010

La tríada que quería ser mónada

Triple enfoque del progreso
Enfrentar a autores tan distintos como Nietzsche, Benjamin y Kant no es tarea fácil, aun así podríamos comenzar citando el vértice que acerca sus tan distanciadas perspectivas: la crítica al progreso pasivo y utópico.

A pesar de que Kant es un innegable vástago de la ilustración y entiende el progreso como fuente de toda sociedad civilizada, no comete la ingenuidad de entender el progreso como ente separado de la sociedad, sino como algo inmanente a ella, ni tampoco la terquedad de defender el progreso por el progreso mismo. Kant entiende el progreso como medio para un fin: la consecución de una serie de normas que determinen la mejora real del comportamiento humano. Por un lado, Kant fundamenta el progreso entendiendo al ser humano como libre y responsable de si mismo al darse sus propias normas, y por otro lado su ideal de una sociedad civilizada es aquella que crea leyes que pueden determinar su comportamiento, de modo que la libertad de la que partimos en un principio, queda neutralizada por las normas que el ser libre se autoimpone. Es decir, la libertad es el instrumento que utilizamos para acabar con la libertad. A partir de todo esto podemos entender pues, el progreso en Kant como una autolimitación de las libertades individuales cuyo fin es una sociedad republicana.

“El derecho es el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la libertad de todos.”
I. Kant

El progreso en Kant descansa sobre la creencia a priori de una idea de progreso legal a largo plazo, fundamentándose en una concepción profética del hombre como ser libre. Profeta en la medida en que puede anticipar el efecto de sus acciones, libre por la responsabilidad que nos confiere la elección del futuro que queremos. Podemos encaminarnos al progreso constante anticipando lo que podría pasar si actuamos de cierta manera, de modo que se facilita así la deliberación a la hora de escoger las leyes adecuadas. Nos encontramos aquí con un progreso activo, que depende directamente del individuo.

Kant justifica este progreso a priorístico fundamentándose en la naturaleza humana con el antagonismo de la insociable sociabilidad del ser humano, su tendencia hacia el bien y también hacia el mal. Nuestra naturaleza está compuesta por estos dos elementos contradictorios: somos insociables porque cada individuo busca su propio beneficio, pero a la vez también sociables porque este beneficio solo puede ser conseguido en sociedad. Tal beneficio -en este caso el progreso- se encauza a través del entusiasmo, una tendencia moral irracionalmente sincera, pues nace de la naturaleza sociable del ser humano. Este entusiasmo, desinteresado para el individuo, se convierte en un interés compartido que da cuenta de la tendencia del género humano -en circunstancias revolucionarias- hacia una moral universalmente buena. Con la moral a nuestro favor piensa Kant que no sería difícil esperar que nos diéramos, en un largo plazo de tiempo, una constitución republicana (en armonía con los derechos naturales) con leyes justas que eviten la guerra, quedado así el progreso asegurado al negarse su contrario: la guerra y la destrucción. Podemos entonces concluir que, aunque para Kant el progreso moral es limitado debido a la naturaleza insociablemente social del ser humano, el progreso legal -impuesto no de abajo a arriba, sino de arriba a abajo- que sostiene una sociedad encaminada hacia lo mejor no es solo posible, sino también inevitable: tanto por la tendencia moral de la que es causa del verdadero entusiasmo, como por nuestra propia naturaleza insociablemente social, paradójico concepto el que nos obliga como sociedad a desear a largo plazo, ensayando la evolución en vez de la revolución, el bien del todo en favor del bien de las partes.

Por otro lado, y aunque Nietzsche no lo alude muy directamente, el progreso es un tema que está muy presente a lo largo de todo su ensayo “De las ventajas e inconvenientes de la historia para la vida”.

“Una historia que solo destruye, sin la que guíe un íntimo impulso constructivo termina por liberar a sus instrumentos al hastío y al artificio: pues tales hombres destruyen ilusiones y “aquel que destruye la ilusión en sí mismo y en otros, la naturaleza lo castiga como el más severo de los tiranos”.”
F.W. Nietzsche

Comienza dejando que claro progresar es poner la historia a favor de la vida. Esto descarta directamente aquel progreso científico que avanza por sí mismo y el progreso acumulativo de la historia anticuaria que termina por aplastar todo impulso vital y no permite surgir nuevas ideas. Todo aquello que no aporta nada a la vida es desdeñable; el progreso, pues, debe ser un instrumento para la vida, no un obstáculo.

“Hacéis del éxito, del hecho consumado, vuestro ídolo.”
F.W. Nietzsche

Rechaza asimismo el dogmatismo de los historiadores positivistas -historiadores historicistas, para Benjamin- en un progreso que consiste únicamente en adaptar los hechos pasados a los paradigmas del presente haciéndolos pasar por objetivos. La ciencia nada tiene que ver con el progreso humano, al contrario; reduce, clasifica, jerarquiza y enclaustra la vida. Su lema Sine ira et studio (Sin pasión y con conocimiento) muestra muy claramente su rechazo a los verdaderos instintos que constituyen humanos completos. El imparable progreso histórico convierte a los individuos en engranajes perdidos en una inmensa maquinaria civilizatoria de la que apenas son conscientes, maquinaria que hace que confundan interior con exterior, vaciándolos de toda sustancia moral. Tal progreso meramente externo lleva al nihilismo, pero para Nietzsche no existe un separación esencial entre interior y exterior. Concibe el progreso moral y el progreso social como caras de una misma moneda ambas están tan íntimamente ligadas que resulta absurdo darles nombres distintos. Al contrario que Kant, que no concebía como posible un progreso moral, Nietzsche confía en la superación del propio ser humano como única forma de transmutar los valores en favor de la vida, y puesto que la razón no nos permite avanzar moralmente, Nietzsche pone todas sus esperanzas en un progreso evolutivo, el bien debe ser un instinto, el hombre debe abandonar su estado actual y convertirse en superhombre, creador de valores morales acordes con la vida.

“Sólo a la humanidad completamente redimida le cabe por completo en suerte su pasado”
W. Benjamin

Walter Benjamin nos obliga a ver el progreso desde un punto de vista poco frecuente: como una ilusión que no nos permite ver la realidad, que no tiene consideración con el pasado al construir sobre sus ruinas, limitándose a pisotearlas, como una simple acumulación cuantitativa despojada de toda fuerza. Si Benjamin tuviese una concepción positiva del progreso, este sería entendido, en términos teológicos, como redención. La única forma de encontrar la energía destructora de la continuidad histórica, es mediante la fuerza mesiánica, una fuerza cargada de tiempo-ahora desde la que poder construir una constelación más humana.

“Si yo me dedico a otras actividades o meditaciones primero debo cerciorarme, por lo menos, de que no las realizo sentado sobre los hombros de otro.”
H. D. Thoreau

El verdadero progreso de una sociedad consistiría, pues, en hacer justicia al pasado para que el presente pueda estar orgulloso de su propio avance. Puesto que tal concepto de progreso no está generalizado en nuestra época, a Benjamin no le queda otra que desmontarlo y sacar a la luz sus mayores defectos, poniendo de manifiesto, en primer lugar, que es uno de los motivos por los cuales el materialismo histórico se ha quedado atrapado en las fauces del progreso. Pues éste tiene la ilusión de representarse la historia como impulsada por un progreso infinito, entendido aquí como progreso tecnológico o científico en un sentido lineal y continuo, en el que los hechos se suceden unos a otros, teniendo preferencia la inalterable linealidad histórica de los vencedores, ya que los vencidos no explican el fenómeno del progreso. La historia de los vencidos se sale del continuum histórico porque para ellos no existe tal progreso, solo existe desdicha y olvido. El materialismo histórico se organiza, quizá sin saberlo, sobre una idea de progreso que contradice sus propios principios. Intenta deslegitimar las atrocidades morales en nombre del mismo progreso que las ha provocado, pues este consiste en justificar cualquier acción por el mero hecho de estar encaminado a un progreso infinito e invariable, el continuum de la historia. Entender el progreso como el motor de la historia crea conciencias pasivas y acomodadas que esperan que las cosas cambien por sí solas, crea quimeras mentales que distraen al rebaño mientras el pequeño grupo de vencedores se esfuerza en crear su propia utopía individual. Es decir, el progreso nos desarma frente al pasado, pues tal progreso no es concebible sin el futuro, que es lo que constituye nuestro pensamiento en una linealidad homogénea y vacía que olvida hechos que jamás deberían ser olvidados si queremos redimirnos del lastre de un pasado podrido. Es por esto que Benjamin nos fuerza a ver la historia como algo que debe ser construida en un tiempo pleno de tiempo-ahora, el tiempo mesiánico, aquel que busca repetirse en la consciencia colectiva saltando del continuum de la historia. Tal tiempo puede permitirse reconstruir un pasado para, sin necesidad de asimilarlo al presente, poder citar sin rubor los acontecimientos de un pasado que de este modo se vuelve actual. Porque es más actual lo que pudo haber sido, que lo que quién sabe si será.

Conclusiones inconclusas

“Yo he preferido hablar de cosas imposibles,
porque de lo posible se sabe demasiado”.
Silvio Rodríguez

Tras leer tan distintas nociones del progreso, me es inevitable intentar llegar a una conclusión, aclarar mis ideas para formar un posible sendero mental. Es una de tantas cosas que quizás no debiera hacer y, sin embargo, siento la necesidad de hacer para no sentir que tantos quebraderos de cabeza fueron en vano, para no quedarme en una simple acumulación historicista de pensamientos olvidados. Por esto, incluso antes de empezar a profundizar en los textos, me asaltó de improviso una pregunta que quizá me hiciera pecar de reduccionista. Aún así tal pregunta me exigía ser formulada, por lo que, olvidando todo prejuicio filosófico, dejé que surgiera por sí misma y esta me llevó otras tantas preguntas tal vez se queden sin contestar. No pretendo dar respuestas definitivas y absolutamente satisfactorias, mi intención es mucho más modesta, simplemente dar una oportunidad al todo sin mermar el contenido de las partes, evitándome así más disonancias cognitivas que me obliguen a tomar partido. ¿Tan malo es intentar ensanchar el camino?

¿Y si la tríada fuera mónada?

¿Es posible conciliar en una mónada benjaminiana posturas sobre el progreso tan distintas? ¿Podría ser que conjugando lo mejor de cada una se pueda llegar quizás a tener una idea clara y práctica -una idea que empuje a la acción- de lo que es el progreso? ¿Es el progreso una simple quimera destructiva, como afirma Benjamin? ¿o es, como diría Kant, el motor que encamina la historia hacia lo mejor? O siguiendo a Nietzsche, ¿tiene algunas ventajas, y casi todo son inconvenientes, especialmente cuando su peso asfixia el impulso vital? ¿Con qué me quedaría yo de cada enfoque del progreso?

Ya estuve antes hablando de intenciones, y puesto que toda acción nace de la intención, la mía es encontrar el punto de fuga del que parten los tres autores, que es precisamente un defensa de la acción, o en términos kantianos, el entusiasmo. Si entendemos el progreso a la kantiana, en términos de entusiasmo, Nietzsche no tendría mucho que objetar siempre y cuando el entusiasmo por el progreso histórico esté subordinado a la vida y no al revés. Entendiendo el progreso como un instrumento, y no como un fin en sí mismo. Si Kant y Nietzsche hubiesen tenido la oportunidad de discutir esto, es muy probable que ninguno hubiese acabado con un ojo morado, algo que quizá si podría haber ocurrido entre Kant y Benjamin si Nietzsche no hubiese mediado entre ellos al decir, en este hipotético diálogo, algo así: “Puesto que del entusiasmo por el progreso nacería una acción vital en el presente, que es heredera directa de un pasado del cual somos deudores, y que debe ser salvado, para redimirnos en el presente, no nos queda otro remedio que escuchar los derechos que el pasado exige”. Quedaríamos entonces en hacer justicia allí donde hubo injusticia para así poder poner en marcha la maquinaria del progreso sobre unas bases limpias, vivas y orgullosas. ¿O será que el progreso es incompatible con la redención...? Quizás Benjamin hubiese puesto mala cara el ver como Nietzsche utilizaba el pasado como un instrumento para la vitalidad del presente, y quizás Kant en este caso estuviera junto a Benjamin defendiendo fervientemente el desinterés de las acciones morales. Sería entonces cuando Nietzsche proclamaría la muerte de Dios y con él las acciones desinteresadas.

Poniéndome nuevamente en la piel de un Kant que ha conversado con Benjamin y Nietzsche, seguiría queriendo creer que el progreso es posible, y hasta cierto punto necesario, siempre que se den dos condiciones de posibilidad: a) que el pasado sea redimido y b) que el progreso quede supeditado a la vida.

Y ahora, volviendo al presente, se me antoja que un progreso carente de estas dos condiciones no sería progreso propiamente dicho, sino más bien retroceso por que no tiene otro fin que no sea alimentarse a sí mismo de un futuro que no existe, pasando por alto las necesidades del presente y del pasado. Si queremos construir un verdadero camino, el progreso tiene obligaciones: primero para con el pasado, reconstruyendo las ruinas del sendero; segundo para con el presente, posibilitado el desarrollo vital de los caminantes; y por último y si esta tarea le aún parece escasa, para con el futuro, pero no con un monumento ilusorio, sino más bien con una secreta esperanza que amenice el viaje.

sábado, 3 de abril de 2010

Capricho


Su cabeza es un idiota. Tiene un circo para hacerte sonreír...