Ayer vi que habían puesto cuatro reposabrazos en el banco que está frente a la plaza de la iglesia. Un señor de camisa blanca que salía de la misa también lo vió y con alegría se sentó cómodamente en el nuevo trono mientras miraba las palomas, hasta que las palomas se cansaron de picotearle el zapato, y se fue. Al rato, un señor de camisa gris, que cargaba unas bolsas llenas de periódicos arrugados, se detuvo unos segundos a mirar el banco, coloco una bolsa en cada asiento, y se acostó a dormir debajo.
sábado, 21 de enero de 2012
domingo, 30 de mayo de 2010
Gravedad
Quería llegar a lo más alto, y cuando llegó vio que ahí no había nada.
La base era más ancha e interesante.
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Ananda
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miércoles, 26 de mayo de 2010
Arte Urbano
La vi abocetar sobre la pared unas cuantas letras que resumían su insignificante devenir. Se alejó para, desde una distancia prudencial, observar el resultado en su visión de conjunto. En vista de que su obra no era más que un fantasma sobre el granito del muro, arrancó unas cuantas florecillas de las que crecían en unos extraños y pequeños cubículos exentos de cemento. Cuando se hizo con unas treinta las amasó y aplastó entre sus puños hasta formar un bola húmeda de inertes flores con la que acto seguido acarició la superficie rugosa de la pared. Intentó no escuchar los sollozantes chasquidos de sus pétalos el ser frotados contra la pared. Tras varios minutos de paciente trabajo fue apareciendo sobre la pared una leve capa de color marchito que vivificaba las letras rasponeadas en tiza. De nuevo se alejo un par de pasos torpes para confirmar algo que no estaba dispuesta a aceptar: nada de lo que intentara escribir sería visto por los presurosos transeúntes tan poseedores de eso que ellos llaman cordura. Aún así, no cedió y con aún mayor dedicación que antes, arrancó doscientas flores más de los agujeros rodeados de asfalto para rasponearlas con furia contra la pared gris dejando por aquí y por allá manchones de pétalos incrustados. Con más esperanza que antes se dedicó a contemplar el resultado que ahora, además de bastante llamativo, estaba asombrosamente bien iluminado por unas luces brillantes que parecían proceder de la carretera. Extrañada, se dio la vuelta para ver de dónde procedían aquellas luces, pero antes de que pudiera darse cuenta de qué estaba pasando, de un camión rojo y grande salió un chorro de pintura blanca que ahogo sus palabras y sus pulmones.
Al día siguiente el resplandeciente muro blanco ya había sido cubierto de carteles propagandísticos, delante de los cuales yacía tendida la figura estatuaria de una niña con un manojo de yerbajos en la mano, tallada en el más blanco mármol.
- ¡Hasta los bancos son artísticos en este país! -escuché comentar a un turista mientras se sentaba a la altura de su espalda- ¿Me haces una foto?
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Ananda
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sábado, 22 de mayo de 2010
Historia de un bolígrafo ¿en primera persona?
Cierto día me escapé del bolso de una señorita de leyes. Que aburrido es todo en esas aulas abarrotadas de esponjas humanas. Cuan explotado me sentía haciendo líneas y más líneas que subrayan párrafos vacíos de vida, llenos de leyes del más común y desesperado de los sentidos. Fue por eso, que en cuanto tuve la oportunidad cuando dueña y señora se acercó a la yerba, en una complicada maniobra, salté de su bolso de Tous y me escondí entre las hojas.
Allí pase maravillosos días, entre el húmedo rocío, los sarantontones, las hormiguitas de culo rojo y los rayos del sol que a cada minuto amenazaban con dejarme maravillosamente inservible y manchado, relegado al mundo de lo prescindible para el humano, es decir, al mundo de la libertad. Esperaba con ansias el momento de mi desvalorización, todo lo que necesitaba era que el sol cooperara y me desangrara rápidamente. Eso siempre sería mucho mejor que la lenta tortura de ser rasgado a la que estoy destinado.
Cuando ya casi sentía que mi momento de liberación se acercaba (el sol quemaba más que nunca y yo estaba a punto de rebosar), sentí como unos pasos se acercaban. Para mi desgracia, tuve que caer en manos de una estudiante de filosofía, y aquí estoy, condenado a vaciarme en el sin sentido de la nada sustancial...
Ahora soy un bolígrafo maduro, he llegado a la mitad de mi vida útil y solo me queda esperar, a no ser que sufra mi esperado derrame o, con suerte, una sequedad congelatoria (y así podré ser libre sin estar vacío). De momento gasto mis días en un ruidoso ataúd de plástico en el que ni siquiera encuentro un hueco de acogedora oscuridad. Del ataúd de plástico paso al folio en blanco que me rasca el cerebro dejándome un intrínseca confusión que me impide tener voluntad propia. He asumido mi condición de herramienta manipulable por las manos de cierta voluntad lobotomizada, que a su vez también es una herramienta con fecha de caducidad.
Y no se si soy yo que pretendo contar mi vida, o si hay algo que pretende inventarme una vida.
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Ananda
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martes, 14 de octubre de 2008
Donde tu estés
Buenos días, mami:
Bueno, si acaso allá es de día ¿Allá-tan-Lejos hay sol? Aquí sí, hoy hay un sol chillón que me quema la nariz. Tú ya sabes, mamita, el sol de siempre. Deberías venir, para que miremos juntos el sol en el banquito del techo. Papá me dijo que donde tú estás se ve el mismo sol que yo veo aquí. Así que mientras llegas, también podemos mirar el sol, juntos y lejos: yo acá en el techito y tu Allá-Lejos.
Ayer tu hija Alicia y yo estuvimos mirando el sol en el techito, y me acordé de ti. Bueno, siempre me acuerdo de ti. Me acuerdo cuando me perseguías por la casa llamándome chanchito porque yo no me quería bañar, entonces yo corría y corría, y tú no me alcanzabas en mucho rato. Y cuando me agarrabas me metías rápido en la ponchera. Y entonces el agua se quedaba tan marrón que yo creía que era un niño de chocolate que se derretía con el agua (por eso es que no me gustaba bañarme). Y, aunque al final siempre me bañabas, yo era muy rápido. Ahora soy un poco menos rápido porque tú no corres detrás de mí, el que me persigue es el Edgar, y él siempre me atrapa en seguida. Pero también es porque él tiene un año más que yo. Tú cuando me perseguías tenías muchos más que yo, pero claro, tú eres mi mamá.
Mi amigo Edgar me llevó el otro día a un río que yo no había visto, es muy lindo, tiene unas vainitas muy raras flotando sobre el agua. El dice que es por la grasa y la porquería de las casas. Yo le dije que no creo que eso sea porquería porque si no la gente no bebería agua de ahí. Yo no bebo agua de ahí porque me gusta más mirarla, sobre todo cuando el sol se le refleja y lo que Edgar dice que es la grasa se pone de muchos colores bonitos. Es algo así como muchos arcoirises de agua. Edgar dice que ahí va mucha gente a bañarse entre la porquería y a tomar agua porque no trabajan nunca y tienen que comer basura. Edgar tampoco trabaja porque es pequeño pero dice que su papá tiene muchas empresas, y que él sí trabaja mucho y por eso el no tienen que beber agua sucia. Yo no sé que es eso de empresas, pero si sé que es presa. La mamá de Edgar, por ejemplo, está presa. Ella no quería a su papá, y se fue con otro hombre que era un malandro, y que la metió en problemas de políticas. Por eso los metieron presos a los dos. O eso es lo que Edgar me dijo ayer, porque se lo conté a papá y él me dijo que la mamá de Edgar y su novio malandro no eran malos. Me dijo que ellos sólo querían que la gente no tuviera que tomarse esa agua sucia, pero que los empresarios no quieren y les dicen que beban agua sucia porque ellos quieren el agua limpia solo para ellos y sus amigos.
Papá siempre me cuenta cosas, el sabe que yo soy pequeño, pero sabe que yo sé entenderlo. Papá sabe muchas cosas, casi tantas como tú, mamá. Entonces él me las dice, y así las sabemos los dos. Por ejemplo, papá y yo sabemos que tú quieres venirte con nosotros. Pero también sabemos que tú no puedes hacer eso porque que tienes que trabajar. Sabemos que trabajas todo el día, papá también trabaja mucho, pero sabemos que eso no nos alcanza. Sabemos que tú tienes que mandar plata para que nosotros comamos y para que tu hija Alicia estudie y sea tan inteligente que cambie el mundo y entonces tú puedas venir. Sabemos que el señor de tu trabajo no te pagó el último mes y por eso papá tuvo que trabajar mucho más y yo le tuve que pedir comida a mi amigo Edgar para nosotros (bueno, eso sólo lo sé yo porque si se lo digo a papá me dice que no quiere nada de esa gente). Sabemos también que la señora dueña de la casa vino ayer por la mañana para decirle a papá que si no nos vamos, va a venir con la policía para que nos saquen. Papá paga siempre el alquiler, pero sabemos que ella quiere rompernos el sucucho para hacer otro y venderlo más caro. Por eso papá y yo sabemos que tenemos que irnos. Y sabemos que si nos vamos tendremos que vivir en el río de los arcoirises. Como dice papá, sabemos tanto, que sabemos a mierda.
Mamá, aunque tengamos que irnos, yo solo me iré cuando tu vengas, porque si tu vienes y yo ya me fui ¿Cómo me vas a encontrar? Mamá, aunque la plata no alcance te tienes que venir. Papá siempre dice que las cosas van a cambiar, que las cosas están cambiando. Que el pueblo está arrecho, y que por eso pronto te vas a poder venir. Pero ¿y si antes de que vengas nos tenemos que ir del rancho? ¿Cómo me vas a encontrar, mamá? Ojalá que la arrechera de la gente sirva y haga que las cosas cambien, mamá. Yo no estoy arrecho, yo solo estoy triste. Pero si para que vuelvas
me tengo que arrechar, lo voy a hacer, mamita, me voy a arrechar.
Yo te cuento muchas cosas, pero yo no sé si tú vas a leer este papelito. Tu hija Alicia me dijo que no te podía escribir porque dice que “escribir es el lujo de los bien abastecidos”. Pero yo no le creo, porque yo no creo que escribirte para decirte que te quiero mucho sea un lujo. Además, tampoco sé que es abastecidos, así no le voy a hacer caso. Tu hija Alicia se porta bien conmigo, pero es un poco fastidiosa. Sé que ella también te quiere mucho, pero le da celos que yo te escriba y por eso me dice eso de los abastecidos. Mamá, aunque tú no vayas a leer nunca esta carta, porque aquí no hay correos cerca, yo sé que tu miras el mismo sol que yo. Y eso es como si tú leyeras lo que te digo porque el sol alumbra esta carta y te cuenta lo que yo pongo. Sí, mamita, nuestro sol te ilumina tus ojitos y te lleva mis mensajes para Allá-Lejos, donde tú estás. De donde tú volverás.
Gabriel
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Sofía
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viernes, 4 de abril de 2008
Qómo se fisolófa una ruptura
Mira me oyiste niña entontinada, yo no me siento culpabiloso de tus desdichas ni de tus entredichas predicsiones, si desidiste henamorarte de un amoramiento que no ecsitía haya tu, aora nomás te toca desenamorarte de la no ecsistensia o sin tanbiem puedes hecharle la qulpa a tu imajinasion y botarla y destrosinarla en la basurílida.
Pero ólleme: ten qüidado con lo qe botas porqe luego halomejor te harrepientes y, desdensiosamente, desides volber adetras para poder intentar rekuperar los requerdos partidos qe sensuró tu vasurero interior. Entonses puede pasar qe qieras, y reqieras, enconseguir la himajinasion qe te ebita tener renqores para con el mundo. Y aunqe no me kreas, deves saver qe dentro de la himajinasion, está la posibilitasion, qe biene a ser lo que la hilusion, pero la qe es intrascendiential. Es dicir, la ilusión qomún qe nos alluda a la endespertasión del espiritu avurrido y tiste tan qomún en nuestra naturalquerosa monotontonía, que además de susia esa agóniqa.
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Sofía
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martes, 29 de enero de 2008
Estrellas retinales
Las estrellas de mi retina me dicen que esté atenta. Me dicen que las escuche. Me obligan a mirarlas. Deslizandose bajo a luz cálida, compíten con el resto de moléculas quea mis ojos se hacen invisibles. Así fue como empezó: cuando mis ojos y dedos intentaban captar una sucia estrella de tinta negra, las de mi retina quisieron rebelarse. Y se revelaron ante la opacidad de las partículas invisibles a mis ojos incapacitados.
Se dice que las estrellas retinales aparecen cuando las deseas, en el momento justo en que empiezas a visualuzarlas a través de un papel rayado con un bolígrafo barato.
El destello de estas estrellas es intenso, más no expansivo. Su aparición es favorecida por un desenfoque visual de todo lo visible. Las pequeñas motas de luz fugaz siempre son visibles, especialmente si se sienten observadas y si se ignora la realidad. Las haditas siempre están dispuestas a mostrarse, siempre y cuando, una pupila aparte a un segundo e insignificante plano la luz de los objetos ásperos que eclipsan su pequeño, que no débil, resplandor sideral.
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Sofía
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jueves, 10 de enero de 2008
Baile final
- Y ahora, Señor Viento ¿me concede este baile?
No esperé un respuesta, instantáneamente sentí elevarme, ayudada de un silbido juguetón. Poco después me hallaba a seis metros sobre las nubes, justo encima de un mar sublime y colorido. Desde ahí pude ver submarinos negros, grises y marrones bajo el agua, algunos se asomaban a la superficie. Era mentira eso de que existían submarinos amarillos. Al menos lo era en el mundo real. En este mundo, casi ajeno a mí, solo habían submarinos de investigación estrictamente científica, con motivos bélicos y para fines financieros (o financiosos, quién sabe). Aunque estaba segura de que en alguna parte existiría un submarino amarillo de verdad, un submarino con todo lo que conlleva ser un verdadero submarino que viaja acompañado de amigos, bajo agua verde y cielos azules.
El señor viento me seguía guiando con extremada delicadeza, pero a su vez firmemente y sin dejar un atisbo de inseguridad a mi vuelo. Casi estaba anocheciendo, pero aún se podían vislumbrar destellos violetas escapando por el horizonte. ¿A donde iban con tanta prisa? El Señor Céfiro (así me dijo que se llamaba) pareció leer mis pensamientos, pues la suave brisa que me mecía se transformó en una ráfaga brutal. La velocidad que alcanzamos era tan grande que mis ojos, ahora achinados, apenas lograban ver nada. Aunque esto no era para nada incómodo, era más bien hipnotizante, encantador, increíble, prodigioso, fastuoso, magnificentísimo, genialífico... ¿Cómo explicarlo? El señor viento me rodeaba y me hacía girar, saltar... llorar. Eran las lágrimas más cálidas que recordaba sentir sobre mis mejillas. Pero no eran lágrimas mías, y tampoco eran del viento, eran lágrimas compartidas. Nuestras lágrimas felices. El viento lloraba a través de mis ojos. Y reía desde mis labios. Mis mechones de pelo enredado se estallaban cariñosamente contra mi nariz. Pero no sentía ningún dolor, pues sabía que ahora el viento formaba parte de mí, y viceversa: yo era viento. Yo era brisa, era ráfaga, era aire y también era movimiento. Éramos, simplemente. Éramos y por eso yo volaba. Éramos y por eso mismo, él sentía. Volábamos y éramos felices. Llorábamos e inundábamos el mundo de nuestra magia aguada.
Abrazados a nosotros mismos, seguimos meciéndonos entre las nubes, ahora más suavemente. Por primera vez en mucho tiempo abrimos los ojos. Observamos que los destellos, antes violetas, que íbamos siguiendo desde hacía un rato habían empezado a tornarse de un color azul oscuro y profundo. En medio de aquella penumbra áspera pudimos ver, en lo más alto del cielo, un punto blanco con tenues pinceladas añiles, que teñía la noche de suave nostalgia, iluminando los rincones más profundos de la vida.
- Veniamos siguiendo aquellos destellos rojiazules, pero parece que nos ganan en velocidad -musitó mi parte voladora, deteniéndose desilusionada.
Entonces pudimos distinguir, más atrás de la línea infinita del horizonte, una enorme masa gris, negruzca, amarronada y de nosecuantos horribles matices más extendiéndose con cruel parsimonia por el cielo azul. Quebrando, a cada instante, un pedazo más de la suavidad de nuestro techo, antes estrellado. Vaciándolo todo de esperanza.
- Parece humo... -sonó una voz ronca, para entonces mi desconocida.
Pronto me di cuenta de que era mi voz, la voz de quien podía hablar; la voz de quién en algún momento pudo volar, y sentir. Es por eso que la voz del viento, la de quien no podía hablar, no hizo acto de presencia. Es más, deje de sentirme viento un instante después de haber pronuciado la palabra humo.
Caí lentamente durante mucho tiempo, tanto, que me quedé dormida mientras la magia del vuelo me abandonaba con tristeza. Al despertar abrí estos ojos, a mi pesar, ahora solo míos. Estaba tirada en medio de una carretera grisácea, perfectamente asfaltada. No había nadie a mi alrededor, en el ambiente se sentía una calma imperturbable y desgarradora. Ni la más mínima mota de polvo se movía. A mi lado yacía un submarino del que se podían intuir retazos de pintura amarilla bajo la herrumbre que lo enolvía. Me quedé tumbada de lado sobre el seco asfalto, mirando de reojo mi esperanza amarilla.
Mi mundo agonizaba. El baile había terminado.
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Sofía
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jueves, 11 de octubre de 2007
Una breve historia de los Reyes Católicos y su prole
Unieron Isabel y Fernando por medio de un matrimonio sus vidas y territorios en el año 1469 -Castilla por parte de ella, Aragón de él- formándose así la pareja conocida como Reyes Católicos.
Ambos compartían el mismo afán de unificación religiosa y territorial en la Península Ibérica. Así pues, lo primero que hicieron juntos fue terminar la Reconquista del reino entonces llamado Al-Ándalus que tantos años de guerra había causado. Para el año 1492 Granada ya era española y, como consecuencia, los árabes habitantes de la zona que rechazaban la religión por excelencia (el cristianismo) eran expulsados del reino, y en los peores casos perseguidos hasta la muerte. Algo parecido ocurría con los judíos, pues la intolerancia religiosa se hacía más fuerte que nunca: el lugar parecía demasiado pequeño para soportar la convivencia de tres religiones.
Las opciones para los herejes eran pocas; conversión, expulsión u hoguera. De lo último se encargaba el Tribunal de la Inquisición, establecido por los Reyes Católicos para hacer honor a su nombre.
Como es deber de un rey predecesor del absolutismo, la pareja católica pidió permiso a Portugal, vecino amigo, para colonizar Canarias -lugar estratégico de escala para barcos mercantes. Tras una lucha, que resultó ser más dura de lo esperado, con los neolíticos e inermes habitantes del archipiélago, España pudo al fin contar con Canarias como colonia en 1496.
Cierto día apareció en la corte un señor, dicen Italiano, llamado Cristóbal Colón pidiendo financiación para un viaje a la India, con el que traería mercancías para el país. Tenía un plan de navegación atrevido y quizá extravagante: cruzaría el océano Atlántico y, dando por supuesto que la tierra era redonda, llegaría sin necesidad de bordear el continente Africano a la ansiada India. Esta propuesta ya había sido rechazada en Portugal, pero Fernando II e Isabel I, como buenos reyes innovadores que eran, confiaron en Colón. Y su confianza llegó lejos en 1492, pues aunque el marinero no llegó a la India, se topó -sin llegarlo a saber jamás- con todo un nuevo continente habitado por "salvajes" sin explotar: América.
Para la desdicha española, los ingleses y portugueses se enteraron del hallazgo. Así que no tuvieron más remedio que repartir las tierras: norte para Inglaterra y sur para España y Portugal. Entonces se procedió a la conquista
Las hazañas de los Reyes Católicos pusieron broche final con la anexión del reino navarro. Ya solo necesitaban conseguir -mediante constantes casamientos de reyes y príncipes portugueses con sus hijas- otra unión dinástica con la que unificar toda la península, cosa que, como se puede observar, jamás consiguieron.
Tras la muerte de ambos reyes, el trono español es negado a su hija Juana, pues decían estaba loca de amor por su marido, Felipe el Hermoso (cuya mayor preocupación era ser enfermizamente infiel). Felipe era hijo del Emperador Maximiliano de Austria y María de Borgoña. Así pues, el trono fue directamente concedido al nieto de los católicos: Carlos I de España y, a la muerte de sus abuelos austríacos, también fue el quinto Carlos importante de Alemania.
El reinado de Carlos I y V (1516-1556) persiguió los mismos motivos de unificación que sus abuelos (religión y poder territorial). Aunque ya no se tratara de un reino sino un Imperio donde, debido a su gran tamaño, nunca se ponía el sol: España.
Ahora este imperio estaba formada por casi entera la Península Ibérica, grandes partes del sur y centro de América, Canarias, el sur italiano, Baleares, Alemania, y los Países Bajos. Gran parte de su reinado se dedicó a luchar contra una Francia envidiosa de poder y una Alemania luterana que se empecinaba en reformar la Iglesia. Dentro de la península dedicó su tiempo a reprimir las revueltas anti sangre azul, como las Germanías de Valencia y la rebelión Comunera en 1520.
Su heredero, Felipe II (1556-1598), continuó con el legado anti protestante que había dejado su padre y su política bélica: siguió enfrentando ejércitos por motivos religiosos, retrasó lo máximo posible la independencia de los Países Bajos y fracasó una y otra vez intentando invadir Inglaterra, que además de llevarle la contraria en todo lo posible descubrió una genial forma de diversión: hundir y atracar barcos españoles.
El Imperio Español empezó decaer con la llegada de los Felipes: el Tercero (1598-1621) y el Cuarto (1621-1665). Durante estos tristes años, España juega con sus soldaditos de plomo envejecido en la Guerra de los Treinta años a la vez que pierde Holanda en 1648. España iba siendo acorralada lentamente por Francia e Inglaterra, que aprovechaban la incapacidad de sus monarcas. Estos casi siempre dejaban el poder en manos por los llamados "validos"; los reyes preferían divertirse mientras los validos (Olivares, Francisco de los Cobos, Antonio Pérez) hacían el sucio trabajo de intentar fallidamente limpiar los alrededores de herejes, independentistas y potencias europeas.
Para terminar la dinastía Habsburgo, nació un Carlos II (1516-1556) demasiado puro de sangre como para tener el privilegio para ser fuerte e inteligente y fértil. España continuó su decadencia a manos de otro valido (o regente, quién sabe), mientras Carlos II moría sin descendencia y se desencadenaba una guerra de sucesión. Pero eso ya es otra historia.
Escrito a las tres de la mañana, y en consecuencia, escrito con menos neuronas de las pocas usuales
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Sofía
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viernes, 17 de agosto de 2007
Dos viejas cartas a Lily
Mi pequeña Lily:
Mi arcoiris perdió su color. Y ahora es gris, tiene siete matices distintos de gris. Siete. Pero siguen siendo grises. Traté recuperar su gama. Sí, creéme que lo intenté, pero no era bonito, el gris siempre asomaba bajo los colores que le forzaba con mi pincel, y ya no es lo mismo. Y mis óleos se gastaron. Ya no quiero volver a intentarlo. No quiero, porque sé que no dará resultado. En el fondo, debajo de toda esa pintura mi arcoiris sigue siendo gris. Y yo no quiero un arcoiris mal vestido de colores pero con el alma gris. No tiene sentido ¿tu se lo ves?
En fin, como te he dicho es totalmente gris ahora, y no lo culpo a él. Fui yo quién le robó sus dulces tonos. Intentando mejorarlos, el se volvió contra mí...
Antes tenía un bonito arcoiris, uno de verdad, con sus siete colores brillantes y bien difumindados. Pero me vino la magnífica y estúpida idea (digna de alguien como yo, ya me conoces) de avivarlos. Y se avivaron, sí. Ya lo creo que se avivaron... Brillaban, brillaban muchísimo, tanto brillaban que sus colores parecían lenguas de fuego resplandecientes... Y de tanto que lo parecían, esas imaginarias lenguas de fuego se convirtieron en llamas. Al principio las llamas eran de miles y miles de tonalidades que se fundian unas con otras formando más y mas tonos. Entonces mi arcoiris dejó de tener sus siete colores y pasó a tener muchísimos más, y a mi eso me parecía genial, me encantaba. Qué estúpida. Sí, porque de tanto y tanto fuego, mi arcoiris se quemó... y esas cenizas son las que lo han vuelto gris.
Pero ¿sabes qué? Ya me empiezo a acostumbrar a su color grisáceo.
Querida Lily:
El Ser de las torres de luz existe ¿lo sabías?
Vaga de noche por los cables de alta tensión. De día juega con las palomas que ahí se posan para ver como las gotas de vida les dañan los ojos ciegos. Consuela la tristeza de ellas, y se compadece cuando alguna se tambalea antes de morir, cortocircuitada.
El Ser de los Postes Eléctricos vive en las quinquésima segunda torre del vigésimo país (más concretamente en la séptima ciudad). Nunca ha pisado la tierra. Es equilibrista y solo camina en lo alto de la electricidad tintineante. Nadie lo ve. Y el no ve a nadie. Solo la silueta dormida de las sucias aves con quienes comparte su existencia (aunque ellas no lo sepan del todo).
Mañana, o algún día futuro, cuando El Ser de los Postes desaparezca una paloma llorará sin saber porqué. Pero tu sí lo sabes ahora.
Así que no lo olvides: cuando una paloma llore sabrás que has perdido todas tus oportunidades de ver al Ser de las Torres . Obliga a tus esperanzas a morir, o vivirán engañadas de por vida. Cuando en los ojos de una paloma asome una gota de agua salada, ten compasión y cuéntale porque llora. Pero no le permitas que vea que a tí también se te aguan los ojos.
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Sofía
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martes, 7 de agosto de 2007
Sir Lunático
El Señor Lunático Desquiciado piensa. Siempre piensa, es lo único que sabe hacer. O quizá sea lo único que le ayude a mantener la cordura en su oscuro refugio. Sir Lunático tiene miedo. Miedo al miedo. "¿Qué clase de miedo es este?" se pregunta a menudo.
Nunca ha sabido responderse. Solo sabe encerrarse y apartarse del resto, es un niño grande que nunca terminará de crecer.
A veces camina silenciosamente por un largo pasillo: vacío, como su corazón. Temblando, como si temiera ser descubierto en su propia casa. Como si vivir fuera un crimen y tuviera que hacerlo a escondidas. En muy contadas ocasiones enciende un vela azul. Está tan poco acostumbrado a la luz que no puede mantenerla encendida más de diez segundos sin que sienta que le arden los ojos.
Hoy el Señor Lunático Desquiciado encendió su vela. Y se quedó pensando, y pensando, y pensando en cosas que nunca pensó llegaría a pensar. Estaba tan absorto en sus incoherentes razonamientos que no se dió cuenta de que la barrita de cera azul se consumía lentamente ante sus ojos, hasta desaparecer en medio de un charco caliente.
Pero no desapareció del todo, no para Sir Desquiciado. El espectro de lo que fué la brillante llama de la vela se quedó impreso en sus ojos. Y ahora mire a dónde mire lo acompaña una estela luminosa. Un fantasma dorado que no existe, pero que está más presente que nunca en su mirada. Ya no está solo... y tiene miedo.
28 de enero, 2007
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Sofía
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De sonrisas tristes y demás contradicciones
Una vez, en un pequeño pueblo vivía un chico. Pero no era un chico normal. Nuestro protagonista siempre estaba triste, sin embargo, siempre sonreía. Cuando dormía, cuando hablaba, cuando paseaba, cuando comía... ¡Siempre!
Nunca nadie lo había visto triste. Jamás había dejado escapar una lágrima de sus ojos. Pero no porque el no quisiera, simplemente no podía. Su eterna sonrisa era un gesto que no podía borrar de su cara por mucho que lo intentara. Era un sonrisa preciosa, pero como sólo el sabía, no era sincera. Y la odiaba, odiaba parecer feliz cuando siempre había estado triste.
Cuando paseaba por la calle la gente se paraba a contemplar su sonrisa con un gesto embelesado. Nadie nunca le habló, todos estaban demasiado ocupados observándolo como para dirigirle la palabra; nadie parecía darse cuenta de que su boca también servía para emitir sonidos. Así pasaba todos los días, salía a la calle con la esperanza de hablar con alguien, pero nadie lograba articular una palabra ante su presencia. Era como si el mundo se detuviera ante su sonrisa. Todos se maravillaban ante la felicidad que irradiaba el chico.
Al llegar a casa, siempre lamentaba su desgracia ante el espejo, odiándo cada vez más su estúpida sonrisa.
¿Estaba condenado a tener que mostrar una felicidad que no sentía? ¿Lograría mantener alguna vez un conversación con alguien? ¡¿Nadie se daba cuenta de que realmente no era feliz?!
Una mañana como otra cualquiera, al despertar después de una noche en la que como de costumbre no soñó nada, decidió poner en práctica una idea que llevaba mucho tiempo rondando su cabeza.
Tomó unos alfileres y se los clavó en las comisuras de sus labios, transformando así su sonrisa en una grotesca mueca de tristeza. Con la sangre que le chorreaba por la barbilla después de los brutales pinchazos, se pinto unas lágrimas que se deslizaban desde sus párpados, atravesaban sus mejillas y morían en su barbilla.
Dolorido y a la vez decidido se dispuso a salir a la calle para mostrar sus verdaderos sentimientos ante la incomprensión de los transeúntes con los que se cruzaba, y que alguna vez, habían envidiado una felicidad inexistente. La primera persona que lo vió fue una niña de unos nueve años, que tras mirarlo un rato con los ojos como platos, chilló:
-¡El Chico Feliz! ¡Es él! Parece triste...
Todos los vecinos de la zona se asomaron curiosos por las ventanas de sus casas, los caminantes detuvieron su marcha y se dirigieron hacia él para ver que pasaba. Al ver al chico que había alegrado sus días durante tanto tiempo con un terrible gesto de sufrimiento y chorreando lágrimas de sangre se compadecieron de él, e intentaron consolarlo. Entonces, el chico triste dejó ver en sus labios una fugaz, pero ahora verdadera sonrisa que nadie vió. Su corazón salto de felicidad ¡Por fin se daban cuenta de que era un chico triste!
(...en un mundo lleno de contradicciones)
18 de noviembre, 2006
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Sofía
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lunes, 30 de julio de 2007
Cadenas sin moraleja
Había una vez un Gran Manzano que nunca daba manzanas. Y vivía triste y desesperanzado en su absurdo trozo de tierra infértil. Siempre estuvo solo, hasta que cierto día notó como una minúscula esferita brotaba de una de sus cansadas ramas. ¡Era una pequeña manzanita! El Gran Manzano, feliz por primera vez en su vida, observó como su Pequeña Manzanita progresaba día tras día. Gastaba todas sus energías en alimentar a su primogénita, que cada día crecía más y a mayor velocidad. Llegó un momento en que la verdísima Pequeña Manzanita había alcanzado el tamaño de una sandía. Su padre el Gran Manzano, muy orgulloso, la contemplaba con autosuficiencia. Pero ese orgullo duró poco y pronto fue sustituido por una terrible angustia: la ya no tan Pequeña Manzanita quería independizarse.
Ella insistía en que quería desprenderse de las ramas de su enorme padre y llegar a tierra, para convertirse en un bello árbol independiente y, algún día, superar a su progenitor en tamaño. Esa idea atormentaba a nuestro Gran Manzano. No podía dejar que su única manzanita lo abandonara. Sabía que jamás llegaría a tener otras manzanas y, de tenerlas, ninguna sería tan bella y esbelta como ella. Así pues, se aferró con muchísima fuerza a su hija, impidiendo que esta cayera a tierra. La Pequeña Manzanita, deprimida, empezó a envejecer, arrugarse y por último, podrirse.
Llegó un momento en que no era más que un trozo de tierra muerta que colgaba de la rama de un manzano llorón. El manzano posesivo, ahora se lamentaba de no haber dejado ir a su hija. “De haberlo hecho –pensaba- ahora ella sería un hermoso arbolito que crecería a mis pies. Ahora además de estar solo, estoy condenado a ver de por vida mi horrible obra, a mi consumida e inerte pequeña”.
Su tristeza duró poco tiempo, el justo para que su hija podrida se convirtiera en abono fértil y una de las semillas que guardaba en su interior empezara a germinar. Fue así como, poco a poco, creció de la Pequeña Manzana podrida un nuevo y minúsculo arbolito. De este mismo arbolito nació otra manzana verde a la que él, al igual que había hecho su abuelo el Gran Manzano, no permitió independizarse. Entonces la nueva manzanita verde, como había hecho su abuela la Pequeña Manzanita, hizo nacer de sí misma otro árbol aún más pequeño que el anterior.
Y así ocurría sucesivamente: los arbolitos impedían independizarse a sus manzanas, y las manzanas en su afán maternal tenían arbolitos posesivos que nunca dejarían marchar a sus hijas. Esta extraña situación fue la causa de que, al cabo de un tiempo, se formara una larguísima cadena de árboles colgantes, a cada cual más pequeño.
¿El final? Elige:
A. El tallo de una de tantas manzanitas se resquebrajó por el peso. De modo que cayó, por fin, a tierra la cadena de arbolitos. Estos, al no estar conectados a un árbol grande y protector que los alimentara, murieron progresivamente.
B. El gran manzano deja caer por fin a su hija muerta, haciendo desmoronarse la cadena de arbolitos. Las semillas que aún guardaban las manzanas podridas se hunden en la tierra y, al ser tan diminutas, nacen pequeños bonsáis que son robados por los humanos para adornar esos sitios cuadrados donde viven. Al poco tiempo todos mueren en sus macetas.
C. El manzano mayor se consume poco a poco, a causa de la energía que le roba su inmensa prole. Se seca y, como consecuencia, la cadena de árboles colgantes también, dejando como recuerdo una familia de árboles extravagantes poéticamente muerta.
D. La cadena de arbolitos se hace tan larga que por fin llega a tierra una manzana del tamaño de un mosquito. La pequeña manzana deja salir de sí la diminuta semilla que guarda. Al tener abono suficiente, de la semillita nace un pequeñísimo árbol que día tras día, y a día de hoy, intenta desafiar las alturas de su tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tatara abuelo. Con esto deducimos, al contar los tátaras, que del primer árbol nacieron catorce arbolitos más antes de llegar a tierra.
Conclusión: Catorce = muchísimos.
En A, B y C no hay conclusión aparente. ¿Pero hay moralejas?... ¿Quizás el destino? ¿O el desatino? ¿Puede que el arte? Es a ti, intrigado lector, a quien toca contestar. Eres tu quién debe crear un final, tu final.
habló
Sofía
a las
14:57
2
le contestaron
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