Ayer vi que habían puesto cuatro reposabrazos en el banco que está frente a la plaza de la iglesia. Un señor de camisa blanca que salía de la misa también lo vió y con alegría se sentó cómodamente en el nuevo trono mientras miraba las palomas, hasta que las palomas se cansaron de picotearle el zapato, y se fue. Al rato, un señor de camisa gris, que cargaba unas bolsas llenas de periódicos arrugados, se detuvo unos segundos a mirar el banco, coloco una bolsa en cada asiento, y se acostó a dormir debajo.
sábado, 21 de enero de 2012
jueves, 14 de julio de 2011
Educación y racionalidad económica.
Pero la masificación de la educación, que perseguía hacer real el bienintencionado lema de Liberté, égalité, fraternité no parece haber acabado con los problemas estructurales de desigualdad social, pues el problema sigue en la misma base de la educación pública, esto es, asegurar el acceso a la educación a todas las personas en igualdad de condiciones. Es decir, la aplicación una pedagogía de la igualdad que no se corresponde con la realidad social, si ésta pretende ser igualitaria. Esperar de el hijo de un obrero lo mismo que del hijo de un funcionario en el desarrollo de una clase no sirve sino para reproducir en nombre de la igualdad, las desigualdades sociales.(2)
La recurrente postura que ve en la educación la solución a los problemas de desigualdad parte de una base sesgada, aunque no por ello necesariamente malintencionada, en la medida en que no tiene los suficientes recursos para hacer frente a las diferencias de base, que pretende universalizar un conocimiento nacido de las inquietudes de la burguesía y que solo es efectivo cuando se dirige a ella. Pues, para las clases más bajas, tener nociones de biología o poesía resulta cuanto menos una pérdida de tiempo, causando frustración y sentimientos de inferioridad cuando se dirige a aquellos sujetos que han sido construidos con una escala de valores que distan mucho de la máxima aristotélica del amor contemplativo. Por ello, resulta tentador pensar que la única funcionalidad de este tipo de educación es la de legitimar la estratificación social sobre la democrática base de la igualdad de oportunidades.
En este sentido, y según M. W. Apple, la escuela es un arma de doble filo, pues al tiempo que podrían funcionar como “un campo de lucha y de compromiso” en la medida en que es una fábrica de subjetividades y con ello, de sociedad, también es “una de las principales áreas donde se definen los recursos, el poder, (...) la financiación, el currículo, la pedagogía y la evaluación” (Apple: 2002, 52). Así pues, la educación es a su vez causa y efecto, es determinante y está determinada, y no parece que estemos cerca de saber si fue primero el huevo o la gallina, si es que tal conocimiento puede aportarnos algo de provecho. El caso es que las actuales políticas educativas pretenden subsanar los errores de la educación pública centralizada por el Estado poniéndola en las manos más eficientes de la empresa privada. En palabras de Robert McChesney, “las iniciativas neoliberales se caracterizan por ser políticas de libre mercado que fomentan la empresa privada y la elección del consumidor, premian la responsabilidad personal y la iniciativa empresarial, y aligeran el lastre de un gobierno incompetente, burocrático y parásito que nunca puede hacer bien las cosas aunque lo intente, cosa que ocurre rara vez”.
En nombre de la eficacia, la empresa privada se siente legitimada para elevar las exigencias de acceso a la educación, el aumento del control sobre los planes de estudio, encaminados a estrechar la relación de los conocimientos con la economía, para así centrar sus esfuerzos en formar a los mejores, es decir, aquellos que puedan competir en el mercado internacional en la disputa financiera global de la que hoy somos espectadoras.
Este tipo de políticas educativas conciben al estudiante a través de la racionalidad económica, es decir, la muy coherente creencia, hoy ampliamente compartida, de que cada persona debe actuar con el fin de maximizar sus beneficios. Así pues, el estudiante es visto como capital humano al que se debe proporcionar las aptitudes y actitudes necesarias para competir con eficacia (Apple: 2002, 55). Como es evidente y racional, el criterio de selección debe ser tan duro como sea posible para que los potenciales competidores ya hayan sido socializados en un contexto favorable a estas prácticas y cuenten con los recursos necesarios para tal fin: dinero, tiempo libre, espacios y ambiente favorable al estudio, poca relación con la marginación social, y en definitiva, cualquier cosa que los desvíe del cometido para el cual son educados. Dicho esto, también parece evidente que el estudiante ideal muy probablemente no viva en los barrios periféricos sino en las urbanizaciones. Y es que dentro del paradigma economicista la educación democrática no termina por salir rentable.
________________________________________________________
(1) Prueba ello son sus planes de estudio cada vez más especializados en una rama concreta que será la que termine guiando las sucesivas elecciones del alumno con vistas a contribuir en la división social del trabajo (Chamorro: LMS, 2004, pag. 334). Así, si una estudiante elige un bachillerato de artes por motivos más adaptativos que vocacionales, quedará privada en el futuro, si no es por motivación “propia”, de conocimientos científicos, biológicos o tecnológicos. Y a la inversa, aquel que elige en su tierna adolescencia “elige” el bachillerato científico-tecnológico para poder seguir en clase con sus amigos de toda la vida en el instituto donde se crió, muy probablemente carecerá de los más básicos conocimientos literarios, artísticos o sociológicos. Una vez más, vemos las consecuencias de la disyuntiva entre lo natural y lo social, que no solo impiden la existencia de una Ciencia Social, sino también de los sujetos que podrían interesarse en ella.
(2) “uno de los desafíos de del interés nacional es asegurarnos de que podemos proporcionar educación de calidad para todos, en especial para los niños marginados. El ideal estadounidense es uno de igualdad de oportunidades, no de igualdad de resultados”. Condolezza Rice. Foreign Affairs. Volumen 87, Número 4. Repensar el interés nacional. El realismo estadounidense para un nuevo mundo. Pág 147.
habló
Ananda
a las
12:04
1 le contestaron
Etiquetas: pequeño planeta
viernes, 19 de noviembre de 2010
Convertir la frustración en poesía
Me duele estar sentada,
me duele respirar,
tener la oportunidad de dedicarme a ociosidades académicas
y no saber valorarlas.
Me revienta hablar de progreso científico,
de metodología
y de tanta porquería,
que es tan útil a la masacre.
Me estresa esta tranquilidad de lamentar la desgracia ajena.
Esta impotencia y esta indignación.
Y la maldita compasión lejana.
Me da asco llamar "desarrollado" a mi entorno.
El mismo que permite la barbarie con la cabeza gacha,
y en nombre del dinero.
¡Qué enfermedad ésta,
dar prioridad a las relaciones comerciales antes que las humanas!
Qué enferma me siento al ver que la costumbre me ha ganado,
que se vuelve normativa la desdicha,
que me dedico a lamentarme sobre un papel...
¿Qué me ocurre,
que sólo a través de las palabras puedo manifestar
-siempre manifestar-
mi malestar?
¿Acaso creo que ya no hay nada que yo pueda cambiar?
Sólo soy capaz de convertir mi frustración en poesía:
qué enfermedad...
habló
Ananda
a las
19:43
1 le contestaron
Etiquetas: pequeño planeta, poesías
jueves, 8 de julio de 2010
Un asunto espinoso: ética para una eterna inmanencia
De la trascendencia a la inmanencia.
El primer género de conocimiento es aquel con el que llegamos al mundo, es esa primitiva confusión que nos invade cuando estamos ante una situación nueva y desconocida para nosotros, en este caso, la vida. En ella nos constituimos como humanos en base el inmanente bucle de la mente y el cuerpo. Con nuestra llegada al mundo lo primero que recibimos son las causas externas que afectan al cuerpo, que inmediatamente transmite los estímulos recibidos a la mente, provocando ideas inadecuadas, al ser la conceptualización de un simple afecto externo que apenas conocemos y no sabemos dirigir desde nuestro interior, afecto que nos lleva a la inacción, pues se trata de una mera captación de percepciones que no pasa por el filtro de la razón.
Puesto que para Spinoza lo esencial es la auto transformación del sujeto en la búsqueda de su mayor potencia, el reflejo de una causa externa inserta en su mente no resulta suficiente para este fin eudaimonista, a pesar de que es indispensable para conocer el mundo que nos rodea. Pero esto no quita que sea un paso necesario e insalvable para el conocimiento de uno mismo. No hay que olvidar que el primer género tiene una potencialidad mucho mayor: la de conducir a un nuevo camino que la mayoría de las veces ignoramos, un camino del que no podemos prescindir si queremos encontrar la verdadera felicidad. Spinoza llamó a este camino segundo género de conocimiento. La posibilidad de que seamos capaces de encontrarlo es la misma para todos los seres humanos, la probabilidad de que lo busquemos, y por consiguiente lo encontremos, mucho más reducida. Y es que la norma suele ser quedarse estancado el primero género de conocimiento, en la superstición, y por consiguiente, en la inacción.
El segundo género de conocimiento es el paso racional de las ideas confusas a las claras y adecuadas desde una perspectiva inmanente y material, sin necesidad de recurrir a la metafísica. Esto es posible dado un contexto común de creencias, inevitable en la medida en que formamos parte de una misma especie, de un todo llamado naturaleza infinita. Tal sistema de creencias pasa de ser trascendentemente inadecuado para la vida (primer género de conocimiento) a ser inmanente en la relación material con el otro, cuyo sostén es la empatía desde una perspectiva. No se trata de un razón cognitiva, pues hablamos de ética y felicidad, no de ciencia.
La razón afectiva nos lleva a buscar la mayor potencia, quiero decir, a la posibilidad de actuar a través de la razón buscando la causa externa que produce en nosotros un efecto interno para así poder elegir que causas queremos que nos afecten y cuales no. En palabras del propio Spinoza: "Quien empieza a tener consciencia de las causas, busca los buenos encuentros y evita los malos encuentros". Las ideas adecuadas nos llevan a la acción racional, con lo que nos creamos un estado de de salud del psicosomática (cuerpo-mente) positivo, que es lo que llamaría Spinoza una pasión alegre. Si por el contrario simplemente padecemos nuestro exterior, y no somos conscientes de nuestra inmanencia respecto a este, nacen en nuestra mente las pasiones tristes. Y es que mientras las pasiones alegres fomentan nuestra potencia de actuar, las pasiones tristes la inhiben.
¿Como actuar, entonces, para mejorar nuestra potencia? Tanto en la matemática como en la vida cotidiana solo existe una forma de aumentar nuestra potencia y esta es sumándola con otras potencias. Esto quiere decir que para mejorar nuestra potencia vital nos es indispensable otro ser humano con el que sumarla, y es que “nada hay más útil para el hombre que el propio hombre”. ¿No es razonable pensar que por el bien de nuestra propia potencia, siempre es mejor sumarla -buscar el encuentro con el otro, del que ambos salimos beneficiados- que restarla y quedarnos ambos en cero? La independencia es una ilusión nacida del primer género de conocimiento cuando nos creemos acausales, únicos, especiales, e indispensables, ilusión que solo motiva la creación de pasiones tristes. ¿Acaso es malo depender del otro para aumentar nuestras posibilidades de supervivencia, y con ello, nuestra felicidad? Quien así piense vivirá siempre encerrado en el primer género de conocimiento. ¿Y que hay mas triste en este mundo que la reclusión de la mente en la religión del angustiante solipsismo?
Desde la perspectiva de la eternidad.
El tercer género de conocimiento consiste en la posibilidad de que la conciencia del modo humano sea capaz de verse como la expresión finita de una naturaleza infinita, es decir, poder observar el mundo desde la perspectiva de la la eternidad, o en palabras de Spinoza "sub specie aeternitatis". Concebimos la eternidad intelectual e intuitivamente, cuando somos conscientes de la unidad de las cosas nimias y sentimos amor al percibir la singularidad del mundo: observar el polvo a través de un rayo de luz, el ruido de las hojas crujiendo al otro lado de la ventana, el silencio relativo de las salas de estudio... todo forma parte de la Diosa naturaleza infinita.
"Naturaleza, tú eres mi diosa; a tu ley ofrendo mis servicios"
Esta frase de Shakespeare puede resumir muy bien el pensamiento spinozista si se interpreta adecuadamente: puesto que Dios es inmanente a todas las cosas y yo formo parte de ellas, yo soy mi propio Dios en la medida en que formo parte de esta divina naturaleza infinita. Así pues, mis servicios están subordinados a una naturaleza que me es inmanente, tanto a mí como a todo lo existente, por tanto, me subordino a mí misma como parte de la naturaleza. Y puesto que la naturaleza es infinita y yo soy naturaleza, yo misma soy infinita dentro de la finitud que me concede el modo humano al que pertenezco. Ni nuestro cuerpo ni nuestra mente son eternos, pero podemos intuirnos desde las ideas como tales al formar parte de una eternidad, para así actuar en consecuencia con la naturaleza infinita como si de nuestro mayor órgano vital se tratara.
El cuerpo humano, sometido a la duración del tiempo físico, ni es eterno ni debe pretender ser tal cosa. Tampoco lo es la mente, pero su cometido sí que es pretenderlo, pues ella quien da a luz las ideas que la hacen representarse desde la perspectiva de la eternidad. Si con el segundo género de conocimiento sentimos un afecto abstracto-teórico hacia el otro, con el tercer género este afecto se profundiza y concretiza en forma de amor hacia las cosas singulares e inmediatas de nuestra existencia. Este tercer género de conocimiento, que por un lado ama la finitud de lo concreto, es también consciente de la larga cadena causal de la naturaleza, que en los ojos humanos se muestra infinita. Concebir esto del modo más natural posible nos llena de contento y serenidad. Si somos capaces de vernos como una finita parte del infinito no tenemos por qué temer a la muerte. Al contrario, debemos alegrarnos de que existan mecanismos de descomposición de lo finito que posibiliten la infinitud y el cambio material para que todo fluya eternamente, incluso el pensamiento de uno mismo.
Naturaleza, libertad y responsabilidad.
¿Qué criterios rigen el bien y el mal? ¿Cuál es el lugar de la libertad en la naturaleza humana? ¿Qué significa una vida auténtica? ¿Está en nuestra mano hacer este planeta más habitable? ¿Es la responsabilidad de conservarlo un mandato externo a la propia naturaleza, o más bien es una potencialidad inmanente a ella misma? ¿Existe una salida al caos tecnológico que nos hace dominar la naturaleza, y con ella, a nosotros mismos?
Iremos abordando todas estas cuestiones y las que surjan a partir de ellas en la visión de Hans Jonas y Baruch Spinoza, dos autores tan similares como dispares. Partiendo de la noción del mal, concepto recurrente en toda filosofía moral, nos encontramos con que Hans Jonas en El concepto de Dios después de Auschwitz atribuye el nacimiento del mal a la renuncia de Dios al poder, lo cual permite que el hombre exista y pueda decidir libremente, el hombre parte entonces del mal como síntoma de tal independencia.
Esta noción del mal, fundamentada en un libre albedrío irresponsable de un mundo en que Dios ha abandonado el poder, choca frontalmente con la concepción spinozista del mismo, para quien la existencia de un Dios respecto al bien o el mal, es del todo irrelevante. El mal existe solo desde un punto de vista inmanente a la naturaleza humana, y la noción clave es el conatus, o impuso hacia la autoconservación: son buenos los actos que aumentan la potencia humana del conatus, y malos los actos que la reducen. Es por esto que podríamos decir que el bien y el mal es al Dios de Spinoza, lo que la alegría y la tristeza a una piedra.
El fundamento de la autoconservación para Hans Jonas no es, como en el caso de Spinoza, la misma potencialidad del conatus en una búsqueda de armonía total con la naturaleza. Según Jonas, una vez que Dios desaparece, lo que nos queda es la libertad, de la que debe emanar la responsabilidad, en la búsqueda de una vida humana auténtica, que es lo que Spinoza llamaría la búsqueda de la mayor potencia. Puesto que esta libertad recién ganada tiene al mal como punto de partida, la búsqueda del bien necesita de un impulso externo dado por algo llamado humanidad. La responsabilidad se convierte así en un imperativo moral para la autoconservación y no una ley inmanente a nuestra propia condición humana, como diría Spinoza.
El principio de responsabilidad en Jonas nace de la preocupación por el desenfrenado avance de las tecnologías que amenazan con destruir la humanidad y su medio. El mérito de esta ética se encuentra, por ello, en el cambio de perspectiva histórica que se hace patente con el nacimiento una ética dirigida la protección de la naturaleza, antes irrelevante, pues la naturaleza era dueña de si misma y del hombre. Pero es con el dominio del hombre sobre la naturaleza que crece su responsabilidad, no ya consigo mismo y con su propia vida, sino con todo lo que lo rodea. La ciencia y la tecnología se han convertido en herramientas de dominación de la naturaleza, y con esto se pierde el deber moral de protegerla, convirtiéndose en un deber institucional. De tener bosques libres se pasa a tener parques naturales y reservas étnicas o ecológicas pensadas para nuestro propio ocio. Vivimos en un mundo en que la naturaleza ha sido desplazada de su lugar, convirtiéndose así en un mero complemento muchas veces molesto. El dominio sobre el medio en que nos movemos, un dominio impulsado por la técnica, implica también una responsabilidad, la de conservarlo. Hans Jonas fundamenta el principio de responsabilidad en la “heurística del temor”, o el miedo a lo irreversible, miedo a nuestra propia libertad.
“El hombre es el único ser conocido que tiene responsabilidad, sólo los humanos pueden escoger consciente y deliberadamente entre alternativas de acción y esa elección tiene consecuencias. La responsabilidad emana de la libertad, ó la responsabilidad es la carga de la libertad”
Esta concepción de la libertad y la responsabilidad en Hans Jonas es claramente dualista, pues considera al hombre como una especie totalmente distinta al resto, no así con Spinoza, para quien la diferencia entre humanos y animales es una cuestión de grado y de complejidad, pero no existe ningún salto cualitativo entre unos y otros, al estar hechos todos de la misma sustancia. La responsabilidad es una cualidad inmanente al segundo género de conocimiento, pero esto no implica que exista un libre albedrío relativo a nuestras elecciones en el medio natural, pues las leyes de la naturaleza nos determinan y nos condicionan mediante el conatus. Ser libre se limita en Spinoza a ser consecuente que ese conatus y guiarse por una razón que preserve la vida.
Spinoza, como es obvio no pudo prever el avance desmedido de la técnica en la actualidad, pero sí tuvo claro desde un principio nuestro lugar en la naturaleza, a la que concebía como un todo infinito, del cual nosotros somos una pequeñísima parte. Quizá si su pensamiento hubiera calado más fuerte, y el ser humano hubiera llegado a lo que él llamó tercer género de conocimiento, tendríamos una visión universal e inmanente de nuestro propio ser en función de todo lo que nos rodea, dotando de unidad y equilibrio a la multiplicidad de fenómenos naturales en busca de la conservación del todo. Pero las cosas no se desarrollan siempre como uno quiere y el dualismo siempre ha tenido más seguidores de los a muchos nos habría gustado. Es por esto que quizá la solución de Hans Jonas, como mandato externo, atribuido a un ente superior -llámalo humanidad, Dios o miedo- tenga mayor efectividad que la propuesta por Spinoza, que aboga por cierta autonomía del individuo en la medida en que éste es capaz de concebirse a sí mismo sub specie aeternitatis, noción de la que inevitablemente surgiría un impulso natural e inevitable desde nuestra potencia que busca sumarse con el resto de la naturaleza infinita. De forma que sería absurdo pensar en la naturaleza como algo ajeno, y la responsabilidad no sería responsabilidad sino la manera más coherente de actuar. Nadie en su sano juicio se haría daño a si mismo, y si nosotros hacemos dañamos la naturaleza, es porque no estamos sanos, ni por dentro, ni por fuera. Pero dado que la enfermedad del dualismo, a corto plazo, no es fácil de curar, hay que ser prácticos y buscar una solución que motive nuestra acción:
“Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”.
Al menos, como solución temporal a nuestro constante empeño de padecer de jefes que nos digan que es una vida auténtica y cual no, antes de que el desastre sobrevenga mientas caminamos hacia el tercer género de conocimiento.
“Y si el camino que he demostrado que conduce hasta aquí, parece sumamente difícil, no obstante, puede ser hallado. Difícil sin duda tiene que ser lo que tan rara vez se halla. Pues, ¿cómo podría suceder que, si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera ser encontrada sin gran esfuerzo, fuera por casi todos despreciada? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro.”
habló
Ananda
a las
11:58
2
le contestaron
Etiquetas: ajeno pero inmanente, filosofía, pequeño planeta
miércoles, 26 de mayo de 2010
Arte Urbano
La vi abocetar sobre la pared unas cuantas letras que resumían su insignificante devenir. Se alejó para, desde una distancia prudencial, observar el resultado en su visión de conjunto. En vista de que su obra no era más que un fantasma sobre el granito del muro, arrancó unas cuantas florecillas de las que crecían en unos extraños y pequeños cubículos exentos de cemento. Cuando se hizo con unas treinta las amasó y aplastó entre sus puños hasta formar un bola húmeda de inertes flores con la que acto seguido acarició la superficie rugosa de la pared. Intentó no escuchar los sollozantes chasquidos de sus pétalos el ser frotados contra la pared. Tras varios minutos de paciente trabajo fue apareciendo sobre la pared una leve capa de color marchito que vivificaba las letras rasponeadas en tiza. De nuevo se alejo un par de pasos torpes para confirmar algo que no estaba dispuesta a aceptar: nada de lo que intentara escribir sería visto por los presurosos transeúntes tan poseedores de eso que ellos llaman cordura. Aún así, no cedió y con aún mayor dedicación que antes, arrancó doscientas flores más de los agujeros rodeados de asfalto para rasponearlas con furia contra la pared gris dejando por aquí y por allá manchones de pétalos incrustados. Con más esperanza que antes se dedicó a contemplar el resultado que ahora, además de bastante llamativo, estaba asombrosamente bien iluminado por unas luces brillantes que parecían proceder de la carretera. Extrañada, se dio la vuelta para ver de dónde procedían aquellas luces, pero antes de que pudiera darse cuenta de qué estaba pasando, de un camión rojo y grande salió un chorro de pintura blanca que ahogo sus palabras y sus pulmones.
Al día siguiente el resplandeciente muro blanco ya había sido cubierto de carteles propagandísticos, delante de los cuales yacía tendida la figura estatuaria de una niña con un manojo de yerbajos en la mano, tallada en el más blanco mármol.
- ¡Hasta los bancos son artísticos en este país! -escuché comentar a un turista mientras se sentaba a la altura de su espalda- ¿Me haces una foto?
habló
Ananda
a las
11:37
3
le contestaron
Etiquetas: historias, pequeño planeta
viernes, 16 de abril de 2010
La tríada que quería ser mónada
Triple enfoque del progreso
Enfrentar a autores tan distintos como Nietzsche, Benjamin y Kant no es tarea fácil, aun así podríamos comenzar citando el vértice que acerca sus tan distanciadas perspectivas: la crítica al progreso pasivo y utópico.
A pesar de que Kant es un innegable vástago de la ilustración y entiende el progreso como fuente de toda sociedad civilizada, no comete la ingenuidad de entender el progreso como ente separado de la sociedad, sino como algo inmanente a ella, ni tampoco la terquedad de defender el progreso por el progreso mismo. Kant entiende el progreso como medio para un fin: la consecución de una serie de normas que determinen la mejora real del comportamiento humano. Por un lado, Kant fundamenta el progreso entendiendo al ser humano como libre y responsable de si mismo al darse sus propias normas, y por otro lado su ideal de una sociedad civilizada es aquella que crea leyes que pueden determinar su comportamiento, de modo que la libertad de la que partimos en un principio, queda neutralizada por las normas que el ser libre se autoimpone. Es decir, la libertad es el instrumento que utilizamos para acabar con la libertad. A partir de todo esto podemos entender pues, el progreso en Kant como una autolimitación de las libertades individuales cuyo fin es una sociedad republicana.
“El derecho es el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la libertad de todos.”
I. Kant
El progreso en Kant descansa sobre la creencia a priori de una idea de progreso legal a largo plazo, fundamentándose en una concepción profética del hombre como ser libre. Profeta en la medida en que puede anticipar el efecto de sus acciones, libre por la responsabilidad que nos confiere la elección del futuro que queremos. Podemos encaminarnos al progreso constante anticipando lo que podría pasar si actuamos de cierta manera, de modo que se facilita así la deliberación a la hora de escoger las leyes adecuadas. Nos encontramos aquí con un progreso activo, que depende directamente del individuo.
Kant justifica este progreso a priorístico fundamentándose en la naturaleza humana con el antagonismo de la insociable sociabilidad del ser humano, su tendencia hacia el bien y también hacia el mal. Nuestra naturaleza está compuesta por estos dos elementos contradictorios: somos insociables porque cada individuo busca su propio beneficio, pero a la vez también sociables porque este beneficio solo puede ser conseguido en sociedad. Tal beneficio -en este caso el progreso- se encauza a través del entusiasmo, una tendencia moral irracionalmente sincera, pues nace de la naturaleza sociable del ser humano. Este entusiasmo, desinteresado para el individuo, se convierte en un interés compartido que da cuenta de la tendencia del género humano -en circunstancias revolucionarias- hacia una moral universalmente buena. Con la moral a nuestro favor piensa Kant que no sería difícil esperar que nos diéramos, en un largo plazo de tiempo, una constitución republicana (en armonía con los derechos naturales) con leyes justas que eviten la guerra, quedado así el progreso asegurado al negarse su contrario: la guerra y la destrucción. Podemos entonces concluir que, aunque para Kant el progreso moral es limitado debido a la naturaleza insociablemente social del ser humano, el progreso legal -impuesto no de abajo a arriba, sino de arriba a abajo- que sostiene una sociedad encaminada hacia lo mejor no es solo posible, sino también inevitable: tanto por la tendencia moral de la que es causa del verdadero entusiasmo, como por nuestra propia naturaleza insociablemente social, paradójico concepto el que nos obliga como sociedad a desear a largo plazo, ensayando la evolución en vez de la revolución, el bien del todo en favor del bien de las partes.
Por otro lado, y aunque Nietzsche no lo alude muy directamente, el progreso es un tema que está muy presente a lo largo de todo su ensayo “De las ventajas e inconvenientes de la historia para la vida”.
“Una historia que solo destruye, sin la que guíe un íntimo impulso constructivo termina por liberar a sus instrumentos al hastío y al artificio: pues tales hombres destruyen ilusiones y “aquel que destruye la ilusión en sí mismo y en otros, la naturaleza lo castiga como el más severo de los tiranos”.”
F.W. Nietzsche
Comienza dejando que claro progresar es poner la historia a favor de la vida. Esto descarta directamente aquel progreso científico que avanza por sí mismo y el progreso acumulativo de la historia anticuaria que termina por aplastar todo impulso vital y no permite surgir nuevas ideas. Todo aquello que no aporta nada a la vida es desdeñable; el progreso, pues, debe ser un instrumento para la vida, no un obstáculo.
“Hacéis del éxito, del hecho consumado, vuestro ídolo.”
F.W. Nietzsche
Rechaza asimismo el dogmatismo de los historiadores positivistas -historiadores historicistas, para Benjamin- en un progreso que consiste únicamente en adaptar los hechos pasados a los paradigmas del presente haciéndolos pasar por objetivos. La ciencia nada tiene que ver con el progreso humano, al contrario; reduce, clasifica, jerarquiza y enclaustra la vida. Su lema Sine ira et studio (Sin pasión y con conocimiento) muestra muy claramente su rechazo a los verdaderos instintos que constituyen humanos completos. El imparable progreso histórico convierte a los individuos en engranajes perdidos en una inmensa maquinaria civilizatoria de la que apenas son conscientes, maquinaria que hace que confundan interior con exterior, vaciándolos de toda sustancia moral. Tal progreso meramente externo lleva al nihilismo, pero para Nietzsche no existe un separación esencial entre interior y exterior. Concibe el progreso moral y el progreso social como caras de una misma moneda ambas están tan íntimamente ligadas que resulta absurdo darles nombres distintos. Al contrario que Kant, que no concebía como posible un progreso moral, Nietzsche confía en la superación del propio ser humano como única forma de transmutar los valores en favor de la vida, y puesto que la razón no nos permite avanzar moralmente, Nietzsche pone todas sus esperanzas en un progreso evolutivo, el bien debe ser un instinto, el hombre debe abandonar su estado actual y convertirse en superhombre, creador de valores morales acordes con la vida.
“Sólo a la humanidad completamente redimida le cabe por completo en suerte su pasado”
W. Benjamin
Walter Benjamin nos obliga a ver el progreso desde un punto de vista poco frecuente: como una ilusión que no nos permite ver la realidad, que no tiene consideración con el pasado al construir sobre sus ruinas, limitándose a pisotearlas, como una simple acumulación cuantitativa despojada de toda fuerza. Si Benjamin tuviese una concepción positiva del progreso, este sería entendido, en términos teológicos, como redención. La única forma de encontrar la energía destructora de la continuidad histórica, es mediante la fuerza mesiánica, una fuerza cargada de tiempo-ahora desde la que poder construir una constelación más humana.
“Si yo me dedico a otras actividades o meditaciones primero debo cerciorarme, por lo menos, de que no las realizo sentado sobre los hombros de otro.”
H. D. Thoreau
El verdadero progreso de una sociedad consistiría, pues, en hacer justicia al pasado para que el presente pueda estar orgulloso de su propio avance. Puesto que tal concepto de progreso no está generalizado en nuestra época, a Benjamin no le queda otra que desmontarlo y sacar a la luz sus mayores defectos, poniendo de manifiesto, en primer lugar, que es uno de los motivos por los cuales el materialismo histórico se ha quedado atrapado en las fauces del progreso. Pues éste tiene la ilusión de representarse la historia como impulsada por un progreso infinito, entendido aquí como progreso tecnológico o científico en un sentido lineal y continuo, en el que los hechos se suceden unos a otros, teniendo preferencia la inalterable linealidad histórica de los vencedores, ya que los vencidos no explican el fenómeno del progreso. La historia de los vencidos se sale del continuum histórico porque para ellos no existe tal progreso, solo existe desdicha y olvido. El materialismo histórico se organiza, quizá sin saberlo, sobre una idea de progreso que contradice sus propios principios. Intenta deslegitimar las atrocidades morales en nombre del mismo progreso que las ha provocado, pues este consiste en justificar cualquier acción por el mero hecho de estar encaminado a un progreso infinito e invariable, el continuum de la historia. Entender el progreso como el motor de la historia crea conciencias pasivas y acomodadas que esperan que las cosas cambien por sí solas, crea quimeras mentales que distraen al rebaño mientras el pequeño grupo de vencedores se esfuerza en crear su propia utopía individual. Es decir, el progreso nos desarma frente al pasado, pues tal progreso no es concebible sin el futuro, que es lo que constituye nuestro pensamiento en una linealidad homogénea y vacía que olvida hechos que jamás deberían ser olvidados si queremos redimirnos del lastre de un pasado podrido. Es por esto que Benjamin nos fuerza a ver la historia como algo que debe ser construida en un tiempo pleno de tiempo-ahora, el tiempo mesiánico, aquel que busca repetirse en la consciencia colectiva saltando del continuum de la historia. Tal tiempo puede permitirse reconstruir un pasado para, sin necesidad de asimilarlo al presente, poder citar sin rubor los acontecimientos de un pasado que de este modo se vuelve actual. Porque es más actual lo que pudo haber sido, que lo que quién sabe si será.
Conclusiones inconclusas
“Yo he preferido hablar de cosas imposibles,
porque de lo posible se sabe demasiado”.
Silvio Rodríguez
Tras leer tan distintas nociones del progreso, me es inevitable intentar llegar a una conclusión, aclarar mis ideas para formar un posible sendero mental. Es una de tantas cosas que quizás no debiera hacer y, sin embargo, siento la necesidad de hacer para no sentir que tantos quebraderos de cabeza fueron en vano, para no quedarme en una simple acumulación historicista de pensamientos olvidados. Por esto, incluso antes de empezar a profundizar en los textos, me asaltó de improviso una pregunta que quizá me hiciera pecar de reduccionista. Aún así tal pregunta me exigía ser formulada, por lo que, olvidando todo prejuicio filosófico, dejé que surgiera por sí misma y esta me llevó otras tantas preguntas tal vez se queden sin contestar. No pretendo dar respuestas definitivas y absolutamente satisfactorias, mi intención es mucho más modesta, simplemente dar una oportunidad al todo sin mermar el contenido de las partes, evitándome así más disonancias cognitivas que me obliguen a tomar partido. ¿Tan malo es intentar ensanchar el camino?
¿Y si la tríada fuera mónada?
¿Es posible conciliar en una mónada benjaminiana posturas sobre el progreso tan distintas? ¿Podría ser que conjugando lo mejor de cada una se pueda llegar quizás a tener una idea clara y práctica -una idea que empuje a la acción- de lo que es el progreso? ¿Es el progreso una simple quimera destructiva, como afirma Benjamin? ¿o es, como diría Kant, el motor que encamina la historia hacia lo mejor? O siguiendo a Nietzsche, ¿tiene algunas ventajas, y casi todo son inconvenientes, especialmente cuando su peso asfixia el impulso vital? ¿Con qué me quedaría yo de cada enfoque del progreso?
Ya estuve antes hablando de intenciones, y puesto que toda acción nace de la intención, la mía es encontrar el punto de fuga del que parten los tres autores, que es precisamente un defensa de la acción, o en términos kantianos, el entusiasmo. Si entendemos el progreso a la kantiana, en términos de entusiasmo, Nietzsche no tendría mucho que objetar siempre y cuando el entusiasmo por el progreso histórico esté subordinado a la vida y no al revés. Entendiendo el progreso como un instrumento, y no como un fin en sí mismo. Si Kant y Nietzsche hubiesen tenido la oportunidad de discutir esto, es muy probable que ninguno hubiese acabado con un ojo morado, algo que quizá si podría haber ocurrido entre Kant y Benjamin si Nietzsche no hubiese mediado entre ellos al decir, en este hipotético diálogo, algo así: “Puesto que del entusiasmo por el progreso nacería una acción vital en el presente, que es heredera directa de un pasado del cual somos deudores, y que debe ser salvado, para redimirnos en el presente, no nos queda otro remedio que escuchar los derechos que el pasado exige”. Quedaríamos entonces en hacer justicia allí donde hubo injusticia para así poder poner en marcha la maquinaria del progreso sobre unas bases limpias, vivas y orgullosas. ¿O será que el progreso es incompatible con la redención...? Quizás Benjamin hubiese puesto mala cara el ver como Nietzsche utilizaba el pasado como un instrumento para la vitalidad del presente, y quizás Kant en este caso estuviera junto a Benjamin defendiendo fervientemente el desinterés de las acciones morales. Sería entonces cuando Nietzsche proclamaría la muerte de Dios y con él las acciones desinteresadas.
Poniéndome nuevamente en la piel de un Kant que ha conversado con Benjamin y Nietzsche, seguiría queriendo creer que el progreso es posible, y hasta cierto punto necesario, siempre que se den dos condiciones de posibilidad: a) que el pasado sea redimido y b) que el progreso quede supeditado a la vida.
Y ahora, volviendo al presente, se me antoja que un progreso carente de estas dos condiciones no sería progreso propiamente dicho, sino más bien retroceso por que no tiene otro fin que no sea alimentarse a sí mismo de un futuro que no existe, pasando por alto las necesidades del presente y del pasado. Si queremos construir un verdadero camino, el progreso tiene obligaciones: primero para con el pasado, reconstruyendo las ruinas del sendero; segundo para con el presente, posibilitado el desarrollo vital de los caminantes; y por último y si esta tarea le aún parece escasa, para con el futuro, pero no con un monumento ilusorio, sino más bien con una secreta esperanza que amenice el viaje.
habló
Ananda
a las
21:27
0
le contestaron
Etiquetas: filosofía, pequeño planeta
jueves, 8 de octubre de 2009
cuando la necesidad agudiza la creatividad.
habló
Sofía
a las
11:25
2
le contestaron
Etiquetas: ¿por qué pisé charcos en el caribe?, pequeño planeta
sábado, 3 de octubre de 2009
¡Búscate una vida!
De repente apareces un día en el mundo, y así, sin más, tienes que aprender las reglas del presente.
El presente se esfuerza en crear el paraíso que el pasado no nos permitió vivir. Y puesto que a gran escala todo paraíso fracasa, nos empeñamos en vivirlo en soledad...
habló
Sofía
a las
22:18
3
le contestaron
Etiquetas: divagaciones, filosofía, la vida de sofía, pequeño planeta
martes, 28 de julio de 2009
Canción mansa
"A veces pienso que todo el pueblo,
es un muchacho que va corriendo
tras la esperanza que se le va...
La sangre joven y el sueño viejo,
pero dejando de ser pendejos
esa esperanza será verdad"
Alí Primera
habló
Sofía
a las
12:00
0
le contestaron
Etiquetas: ajeno pero inmanente, melodías, pequeño planeta
viernes, 3 de julio de 2009
Como el parásito se convierte en perro
SEMIOLOGÍA DE UN PERRO CALLEJERO
El cinismo es una de las muestras más radicales de la filosofía helénica. Para los cínicos la forma de vida es inseparable del pensamiento filosófico pues ambas cosas -vida y pensamiento- se influyen mutuamente. En palabras de Spinoza “las pasiones externas influyen en las pasiones internas y viceversa”. En ocasiones en concepto de cinismo puede ser malinterpretado, por lo que en la actualidad suele tener connotaciones bastante negativas (baste mencionar el mal llamado síndrome de Diógenes). Para salvar estos errores en primer lugar sería conveniente definir lo que entendemos por cínico. Si hablamos coloquialmente de una persona cínica, queremos decir que es desvergonzada y no teme a criticar lo que le parece reprobable usando altas dosis de sarcasmo, es decir, que entendemos por cínica a la persona que provoca malintencionadamente.
Aún así, desde un punto de vista histórico, el origen de la palabra cínico, se remonta a la Grecia helénica y proviene del vocablo kynos (perro) que pronto derivó en kynikos (aperrado). Es por esto que la filosofía cínica es una filosofía anclada en la naturaleza, que rechaza las convenciones y construcciones sociales en pro de una vida sencilla, de la vida de un perro callejero. Según un discípulo de Aristoteles “hay cuatro razones por las que los cínicos son llamados así. La primera es por la indiferencia en su manera de vivir, porque cultivan la indiferencia y, como los perros, comen y hacen el amor en público, van descalzos y duermen en toneles y encrucijadas... La segunda razón es porque el perro es un animal impúdico, y ellos cultivan la desvergüenza, no como algo inferior a la vergüenza, sino por encima de esta... La tercera es que el perro es un buen guardián y ellos guardan los principios de su filosofía... La cuarta razón es que el perro es un animal selectivo que puede distinguir entre sus amigos y sus enemigos; así ellos reconocen como amigos a quienes atienden a la filosofía, y a éstos los tratan amistosamente, mientras que a los contrarios los rechazan, como los perros, ladrándoles”. Quizá también pudiera añadir una quinta razón por la que el adjetivo perruno encaja perfectamente en el pensamiento cínico y es que tanto los perros como los cínicos son animales autónomos, que no tienen problemas al rechazar las convenciones y viven conforme a su propia naturaleza sencilla.
Diógenes de Sinope, el más popular de los cínicos encontró en los animales, y especialmente el en perro, su modelo de conducta viendo en el un perfecto ejemplo de vida despreocupada y sincera. Es por esto que cuando sus conciudadanos atenienses lo apodaban perro con una intención peyorativa Diógenes se enorgullecía pues su actitud ante la vida era deliberadamente animal. Pretendía con esto desligarse de las obligaciones que le imponía una sociedad enferma y deshonesta, una sociedad que no acepta su propia naturaleza animal y se avergüenza de ella tratando de ocultarla bajo vacuos refinamientos artificiales.
EL DESAPEGO
En una civilización que no merece ser obedecida los cínicos buscan la autarquía, buscan emanciparse de los valores convencionales impuestos, “muerden” a todo aquel que pretenda coartar su libertad e incluso optan por desprenderse de todo objeto que los ate y que condicione sus vidas. Cuenta Laercio que cuando Diógenes vio como un niño bebía agua con las manos en una fuente, comentó “Este muchacho me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas”, y tiró su escudilla. Con esta acción Diógenes es un claro ejemplo de la frase “no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”. Y Diógenes no necesitaba más que una tinaja en la que guarecerse, un manto, un morral y un bastón para apoyarse.
Yendo más allá el desapego material el cínico renuncia a cualquier cosa que ponga en peligro su propia independencia, ya sean los compromisos afectivos, los recuerdos, los placeres inciertos e innecesarios, etc. La independencia y la libertad son pues, superiores al placer; los placeres crean dependencia y la dependencia infelicidad. La felicidad para los cínicos consiste en la virtud e independencia del alma humana, y en la práctica continua de la filosofía como forma de vida, una vida cuyo máximo exponente es la liberación de las necesidades perecederas que conllevan las pasiones.
Quizá podríamos hallar cierta relación entre este ascetismo cínico y el ascetismo del budista. Ambos buscan liberarse del apego a las cosas materiales o sociales que les impiden autorealizarse libremente. Pero mientras los budistas intentan desprenderse de su propio ego para lograr salir individualmente del círculo de la vida (samsara), de la conciencia de yo, los cínicos aspiran a encontrar la virtud pero no apartándose de la sociedad y negando su propio yo sino influyendo dialécticamente en sus conciudadanos. He aquí la influencia de la ironía socrática llevada a los límites del sarcasmo hiriente. La filosofía cínica tiene una teleología clara: el cambio social como medio para el cambio individual al que se llega mediante el ejemplo público. Por el contrario la finalidad del budismo clásico es el cambio interno del individuo pues presupone que de este cambio derivaran todos los demás cambios. En el budismo clásico encontramos una actitud pasiva con la sociedad, aunque no el budismo de Nichiren que tiene mayor alcance social y quizá se asemeje más al cinismo.
CINISMO URBANO DEL SIGLO XXI
El pensamiento cínico ha tenido grandes influencias en la actualidad, siendo quizás inconscientemente una referencia para los movimientos antisistema, anarquistas, libertarios... Un claro ejemplo de cínico del siglo XX es la figura del punk. Ambos rechazan toda autoridad ajena y promueven la autonomía del individuo ante los artificios creados por el Estado. En una sociedad alienada y gregaria, niegan los acartonados valores del nihilismo de sus respectivas épocas y atacan satíricamente a las causas de una supuesta libertad y de la imposición y aceptación de falsas verdades: verdades estas como la creencia naturaleza de la familia nuclear, el consumo como necesidad infinita, la defensa apasionada del progreso destructivo y la creencia en una identidad étnica.
Ante la sociedad de consumo inconsciente los punks propugnan el DIY (do it yourself, o “hazlo tú mismo”). En un anacrónico paralelismo vemos como los viejos cínicos con su rechazo a cosas superfluas defendían ya esa idea de independencia del estado de cosas en pro de unos valores más acordes con la naturaleza animal de los humanos.
En la sociedad griega, el cínico, aunque no dejaba de ser molesto con su humor corrosivo era socialmente aceptado y hasta admirado por un gran sector de la población, a la vez que actuaba como conciencia colectiva y para bien o para mal, influía en la vida pública. Lamentablemente quizá no podamos decir lo mismo de estos “neocínicos” urbanos, quienes son rechazados e infravalorados por gran parte de la sociedad. Quizá en este sentido habría que tener en cuenta también la influencia de los medios de incomunicación sobre las conciencias de los ciudadanos idiotas (en el sentido más griego de la palabra) que mantienen una relación mucho más estrecha con su televisor que con la gente de la calle, creando así una conciencia mediada y virtualizada en la que los prejuicios fabricados en antena son mucho más fuertes que la posibilidad de una experiencia real entre personas de distintas ideas que intercambian opiniones en la calle.
Quizá en la antigua Grecia, en sus calles y en su ágora pudiésemos encontrar relaciones verídicas, cara a cara, entre las distintas sectas del pensamiento. Los textos antiguos dejan constancia de la importancia del diálogo en la sociedad helénica, algo que nosotros hemos perdido al recluirnos en pequeños bloques amontonados unos encima de otros y mantener una continua relación con la monológica caja que no hace más que reafirmar nuestros prejuicios, sin atrevernos a salir de nuestro propio círculo ideológico por miedo a cambiar nuestros más interiorizados prejuicios.
TRANSMUTANDO LOS VALORES
“Ser tontos y tener trabajo, eso es la felicidad” dijo G. Benn. Es tarea del cínico del siglo XXI romper con esta concepción de la felicidad por una más auténtica, tarea casi imposible en un contexto alienante como el contemporáneo. ¿Cómo romper con los triviales valores humanos? Para encontrar la verdadera humanidad, una humanidad sencilla, una humanidad animal, emancipada, libre, una humanidad feliz que se acepte a sí misma dijo Nietzsche que “hay que haber encontrado antes la linterna, ¿tendrá que ser la linterna del cínico?” Hasta ahora hemos vivido sumidos en la oscuridad, o bajo luces artificiales que se nos muestran una realidad virtualizada y no parece haber una escapatoria a esta sociedad enferma de vacuas necesidades.
Una sociedad que no hace más que autodestruirse, que es un párasito para sí misma y para sus entorno. Quizá el parásito humano deba volver atrás, deba “involucionar” hasta que olvide su complejo de superioridad y pueda volver a vivir en una simbiosis con la naturaleza y con lo demás parásitos humanos y no humanos. A partir de ahora, el verdadero progreso consiste en destruir más que en crear, y es la lengua bífida del cínico la que acaso podría dinamitar nuestra moral destructiva, siempre y cuando, antes haya alguien que destruya los medios de embrutecimiento colectivo.
habló
Sofía
a las
15:20
2
le contestaron
Etiquetas: filosofía, pequeño planeta
viernes, 15 de mayo de 2009
...una deuda transformada en pecado original y en literatura...
En su genealogía de la moral Nietzsche hace un trabajo arqueológico sobre el origen de los sentimientos morales y en especial la concepción judeocristiana de los sentimientos de culpa, compasión, pena… Su análisis no pretende ser historicista, sino más bien una crítica sagaz, con un olfato psicológico para los problemas que afectan a la conducta humana, una conducta enferma y vuelta contra su propia voluntad.
El animal humano primitivo, siempre fue un instintivo ser erguido y sin pelo. Este animal siempre escuchó a sus instintos, unos instintos que lo empujaban a vivir y aceptar su naturaleza y respetarla cumpliendo día a día una promesa para consigo mismo: dejar fluir sus impulsos naturales. Unos impulsos que eran su presente, él único que necesitaba. Su capacidad de olvido no le dejaba ver otra cosa, el humano fue un animal sin pasado, una animal libre y dueño de sus momentos. Ante este panorama ¿acaso el pasado tenía algún valor? Ninguno, pues lo que no ha existido, carece de valor. Este individuo premoral siempre estuvo anclado en sus percepciones de presente, en lo dado, y no en lo inútilmente recordado. La memoria en este ser era un esfuerzo innecesario dadas sus condiciones de vida, el hecho de recordar el pasado tenía como consecuencia la falta de presente, la falta de felicidad, la falta de vida. Por esto el animal humano, dejando de lado la memoria (cosa que no le supuso ningún esfuerzo) se convirtió en un especialista de la felicidad, su felicidad.
Pero este animal solitario empezó a humanizarse, empezó a vivir en sociedad. Al principio todo fue alegría, bailes y amor. Pero pronto todo esto empezó a institucionalizarse y el hombre tuvo que forjarse una memoria, una memoria que le permitiera cumplir promesas con los otros miembros de la sociedad, una memoria que hiciera posible la venganza y el pago, la pena y la culpa. Una memoria que hiciera al hombre calculable, regular, coherente en sociedad… ¡responsable!
Así se fue creando una sociedad en la que reinaban las costumbres, lo igual, lo parejo, lo continuo, lo gris. Ser moral, era ser común, era formar parte de un rebaño, era estar determinado y dejarse determinar por este. Ser moral era cumplir promesas, y de no cumplirlas, pagarlas. Ser moral… era tantas cosas y tan poca vida. Ser moral era recordarse a sí mismo de las exigencias de otros, exigencias derivadas de la relación social. Y el recuerdo de estas exigencias nunca pudo ser instintivo, por eso el animal humano emprendió un camino contra sí mismo, por eso el animal humano se fue adentrando en un abismo del que jamás ha podido salir. En un abismo de deudas, de deudas que no podían -que no debían- ser pagadas.
Y así las relaciones humanas, en principio naturales, pasaron a ser contractuales, pasaron a ser crueles. En estas nuevas relaciones la palabra dejó de ser suficiente, y la memoria que exigía estas nuevas relaciones fue fijada, además, con sangre y dolor. El hombre empezó a devorarse a sí mismo. Cuando una deuda no era pagada, cuando se rompía una promesa, el bien enseñado acreedor hacía aflorar sus más crueles y reprimidos instintos en un juego de equivalencias más sádico que necesario. Y es que el daño infringido por el no pago de la deuda no se saldaba con un servicio equivalente que pudiese beneficiar al acreedor, sino con un beneficio más psicológico que material. Con una especie de placer sádico que sentía el acreedor cuando podía dañar al deudor, una especia de voluntad de poder no comparable a ningún otro sentimiento posible en una sociedad moralizada y moralizadora. Era esta la única oportunidad que tenía el hombre civilizado para hacer uso de los impulsos que una vez le fueron negados, aquí el hombre tenía el derecho y el deber de no reprimir su agresividad.
¿Qué satisfacción es comparable a la de poseer la vida de otro ser humano? En este punto el acreedor era una especie de dios, el moroso era una pertenencia más del prestamista, lo mejor que le podía pasar es que este no pagara su deuda, ya que esto lo hacía subir un escalón hacia el cielo de la crueldad. Así la equivalencia correspondiente a la deuda no pagada era fijada y decidida por el acreedor. La deuda era pagada en sufrimiento, el suficiente para que el deudor en su lejana contemplación sintiera que la equivalencia estaba saldada. Por eso el sufrimiento debía ser visto desde fuera como más evidente, más fuerte, más brutal, más feroz que el infringido al acreedor en un primer momento, un sufrimiento que al fin y al cabo era ínfimo. Es así como la supuesta balanza de la justicia, equilibrada si se mira en tercera persona, se desajusta: no se da una equivalencia real, sino la equivalencia del que tiene voluntad de poder, ya no sobre sí mismo, sino sobre un moroso desgraciado.
Y es así como fueron evolucionando los enviados prestamistas del cielo, cada vez más mediados e inaccesibles, más ausentes, más lejanos. Los acreedores se convirtieron en lejanos fundadores de la humanidad generando día a día una deuda cada vez más desmesurada, una deuda impagable. La literatura de un Dios al que debemos todo, de una humanidad que no es responsable de sí misma, cuya conciencia está dañada en el mismo momento de nacer, conciencia fabricada con el fuego y el dolor que infunde una promesa no cumplida, una culpa. ¿Su castigo? Una pena para toda la humanidad, una desgracia, un dolor, un lamento, un largo gemido compasivo que cae del cielo y nos llena de nihilismo.
Ahora que Dios ha muerto, ahora que nos hemos bebido el horizonte, hemos encontrado otro ídolo que de sentido a esta existencia irresponsable e inconsciente de sí misma. Un Dios al que jamás pagaremos todos los caprichos, la prisa, las cajas de hormigón donde vivimos, los falsos compromisos y la burocracia que nos ha regalado. Ese nuevo Dios es al que nosotros llamamos entidad financiera, banco, prestamista del siglo XXI. Un Dios que nos da todo lo que necesitamos a cambio, tan solo, de un continuo sentimiento de culpa, de remordimientos, de estrés, de miedo, de desgana, de dependencia. Sentimientos estos que son los que sustentan una sociedad que está más muerta que viva. Una sociedad que poco a poco ha ido asesinando nuestros instintos, nuestras ganas de vivir, nuestra vida animal, la única vida natural: la vida que sí está viva.
habló
Sofía
a las
12:37
0
le contestaron
Etiquetas: filosofía, pequeño planeta
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Verde, rojo.. da igual
Fue por culpa de un papel.
Y por culpa de una boca demasiado grande, o dos.
La amistad tiene el mismo valor que un sucio pedazo de celulosa pintada.
Se se pierde esa celulosa, se pone en duda esa amistad.
¿Es normal que subordinemos nuestras vidas a los papeles legales, y no a las sonrisas, a los sentimientos?
¿Es normal que un mismo papel pueda hacer reir, vivir, y a la vez sufrir, llorar, matar...?
Hay que quemar ese papel, hay que quemar todo el papel que pretenda tener más valor que el suyo propio.
Hay que quemar todos los papeles que no sirvan para escribir, que no sirvan para leer.
No quiero papeles que impongan valor a cosas externas a ellas mismas.
No quiero papeles muertos que valgan más que la gente viva.
habló
Sofía
a las
0:01
0
le contestaron
Etiquetas: pequeño planeta
martes, 21 de octubre de 2008
5.000.000.000
En un día del año 1987 nació el niño Cinco Mil Millones. Vino sin etiqueta, así que podía ser negro, blanco, amarillo, etc. Muchos países, en ese día eligieron al azar un niño Cinco Mil Millones para homenajearlo y hasta para filmarlo y grabar su primer llanto.
Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado ni filmado ni acaso tuvo energías para su primer llanto. Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, éstos tocaron tierra seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o de vacas. También con el esqueleto del niño 4,999,999,999.
El verdadero niño Cinco Mil Millones tenía hambre y sed, pero su madre tenía más hambre y más sed y sus pechos oscuros eran como tierra exahusta. Junto a ella, el abuelo del niño tenía hambre y sed más antiguas aún y ya no encontraba en si mismo ganas de pensar o creer.
Una semana después el niño Cinco Mil Millones era un minúsculo esqueleto y en consecuencia disminuyó en algo el horrible riesgo de que el planeta llegara a estar superpoblado.
Mario Benedetti
habló
Sofía
a las
19:35
1 le contestaron
Etiquetas: ajeno pero inmanente, pequeño planeta
lunes, 20 de octubre de 2008
Cuba es...
Cuba es luz dorada al atardecer en casa de Chachi.
Cuba es el ruido chirriante de sus mecedoras que miran nostálgicamente por una ventana llena de vida.
Cuba es el humo azul y resbaladizo de un Criollo.
Cuba es mi río lleno de algas suaves y resbaladizas, y niños que saltan, y locos que tiran piedras.
Cuba es aquellos chamaquitos descamisados sonriendo y gritando entre los charcos de la calle.
Cuba es correr bajo el aguacero de mediodía después de una mañana sofocante.
Cuba es piel pegajosa de tanta gozadera, de tanta caminadera bajo el sol.
Cuba es una máquina del 50 que sirve ahora de guaguita por 20 pesos.
Cuba es un camioncito de ganado humano embutido que canta "No woman, no cry..."
Cuba es calentar agua para bañarte con un cubo azul.
Cuba es un arrocito con frijoles y platanito dulce.
Cuba es un busto de Martí en el portal de una casa.
Cuba es caminar sobre charcos de agua hirviendo.
Cuba es un enrejado de volutas, de flores, de corazones.
Cuba es una casita colonial pintada en colores chillones, un piso despintado, uno sin pintar.
Cuba es un niño que baila reggaeton con su abuela y una yuma que se integra.
Cuba es salsa a todo meter por la mañana.
Cuba es la piel pegada a las sábanas, es despertar por la mañana con una sonrisa pegajosa, a veces una mueca fría.
Cuba es una licra sudada, un calentito... una canción trovada.
Cuba es el chucho burlón, la risa que no se oculta.
Cuba es un vendedor de ¡¡chicle-menta, chamarritos, rico maní!!"
Cuba es un mulato jabao en su bici taxi paseando a los yumas por la calles de la Habana.
Cuba es este bolígrafo resbalandose por mis dedos.
Cuba es un trago de ron malo en una botella de Havana Club, una cremita en la casa de al lado (Marianado).
Cuba es un trabajador con un sueldo de 20 $, y un turísta que gasta 40 en una noche.
Cuba es arena y mar cálido.
Cuba es bajocostos en la playa y pan con queso por dos pesos.
Cuba es satería, mulatos salsosos, mareas lloradas.
Cuba es un pescador sin caña en el Malecón grasiento, con el Morro de testigo y Yemayá en calma.
Cuba es la que pare un corazón y las tripas, la que aguanta y canta.
habló
Sofía
a las
5:17
2
le contestaron
Etiquetas: ¿por qué pisé charcos en el caribe?, la vida de sofía, pequeño planeta
martes, 14 de octubre de 2008
Donde tu estés
Buenos días, mami:
Bueno, si acaso allá es de día ¿Allá-tan-Lejos hay sol? Aquí sí, hoy hay un sol chillón que me quema la nariz. Tú ya sabes, mamita, el sol de siempre. Deberías venir, para que miremos juntos el sol en el banquito del techo. Papá me dijo que donde tú estás se ve el mismo sol que yo veo aquí. Así que mientras llegas, también podemos mirar el sol, juntos y lejos: yo acá en el techito y tu Allá-Lejos.
Ayer tu hija Alicia y yo estuvimos mirando el sol en el techito, y me acordé de ti. Bueno, siempre me acuerdo de ti. Me acuerdo cuando me perseguías por la casa llamándome chanchito porque yo no me quería bañar, entonces yo corría y corría, y tú no me alcanzabas en mucho rato. Y cuando me agarrabas me metías rápido en la ponchera. Y entonces el agua se quedaba tan marrón que yo creía que era un niño de chocolate que se derretía con el agua (por eso es que no me gustaba bañarme). Y, aunque al final siempre me bañabas, yo era muy rápido. Ahora soy un poco menos rápido porque tú no corres detrás de mí, el que me persigue es el Edgar, y él siempre me atrapa en seguida. Pero también es porque él tiene un año más que yo. Tú cuando me perseguías tenías muchos más que yo, pero claro, tú eres mi mamá.
Mi amigo Edgar me llevó el otro día a un río que yo no había visto, es muy lindo, tiene unas vainitas muy raras flotando sobre el agua. El dice que es por la grasa y la porquería de las casas. Yo le dije que no creo que eso sea porquería porque si no la gente no bebería agua de ahí. Yo no bebo agua de ahí porque me gusta más mirarla, sobre todo cuando el sol se le refleja y lo que Edgar dice que es la grasa se pone de muchos colores bonitos. Es algo así como muchos arcoirises de agua. Edgar dice que ahí va mucha gente a bañarse entre la porquería y a tomar agua porque no trabajan nunca y tienen que comer basura. Edgar tampoco trabaja porque es pequeño pero dice que su papá tiene muchas empresas, y que él sí trabaja mucho y por eso el no tienen que beber agua sucia. Yo no sé que es eso de empresas, pero si sé que es presa. La mamá de Edgar, por ejemplo, está presa. Ella no quería a su papá, y se fue con otro hombre que era un malandro, y que la metió en problemas de políticas. Por eso los metieron presos a los dos. O eso es lo que Edgar me dijo ayer, porque se lo conté a papá y él me dijo que la mamá de Edgar y su novio malandro no eran malos. Me dijo que ellos sólo querían que la gente no tuviera que tomarse esa agua sucia, pero que los empresarios no quieren y les dicen que beban agua sucia porque ellos quieren el agua limpia solo para ellos y sus amigos.
Papá siempre me cuenta cosas, el sabe que yo soy pequeño, pero sabe que yo sé entenderlo. Papá sabe muchas cosas, casi tantas como tú, mamá. Entonces él me las dice, y así las sabemos los dos. Por ejemplo, papá y yo sabemos que tú quieres venirte con nosotros. Pero también sabemos que tú no puedes hacer eso porque que tienes que trabajar. Sabemos que trabajas todo el día, papá también trabaja mucho, pero sabemos que eso no nos alcanza. Sabemos que tú tienes que mandar plata para que nosotros comamos y para que tu hija Alicia estudie y sea tan inteligente que cambie el mundo y entonces tú puedas venir. Sabemos que el señor de tu trabajo no te pagó el último mes y por eso papá tuvo que trabajar mucho más y yo le tuve que pedir comida a mi amigo Edgar para nosotros (bueno, eso sólo lo sé yo porque si se lo digo a papá me dice que no quiere nada de esa gente). Sabemos también que la señora dueña de la casa vino ayer por la mañana para decirle a papá que si no nos vamos, va a venir con la policía para que nos saquen. Papá paga siempre el alquiler, pero sabemos que ella quiere rompernos el sucucho para hacer otro y venderlo más caro. Por eso papá y yo sabemos que tenemos que irnos. Y sabemos que si nos vamos tendremos que vivir en el río de los arcoirises. Como dice papá, sabemos tanto, que sabemos a mierda.
Mamá, aunque tengamos que irnos, yo solo me iré cuando tu vengas, porque si tu vienes y yo ya me fui ¿Cómo me vas a encontrar? Mamá, aunque la plata no alcance te tienes que venir. Papá siempre dice que las cosas van a cambiar, que las cosas están cambiando. Que el pueblo está arrecho, y que por eso pronto te vas a poder venir. Pero ¿y si antes de que vengas nos tenemos que ir del rancho? ¿Cómo me vas a encontrar, mamá? Ojalá que la arrechera de la gente sirva y haga que las cosas cambien, mamá. Yo no estoy arrecho, yo solo estoy triste. Pero si para que vuelvas
me tengo que arrechar, lo voy a hacer, mamita, me voy a arrechar.
Yo te cuento muchas cosas, pero yo no sé si tú vas a leer este papelito. Tu hija Alicia me dijo que no te podía escribir porque dice que “escribir es el lujo de los bien abastecidos”. Pero yo no le creo, porque yo no creo que escribirte para decirte que te quiero mucho sea un lujo. Además, tampoco sé que es abastecidos, así no le voy a hacer caso. Tu hija Alicia se porta bien conmigo, pero es un poco fastidiosa. Sé que ella también te quiere mucho, pero le da celos que yo te escriba y por eso me dice eso de los abastecidos. Mamá, aunque tú no vayas a leer nunca esta carta, porque aquí no hay correos cerca, yo sé que tu miras el mismo sol que yo. Y eso es como si tú leyeras lo que te digo porque el sol alumbra esta carta y te cuenta lo que yo pongo. Sí, mamita, nuestro sol te ilumina tus ojitos y te lleva mis mensajes para Allá-Lejos, donde tú estás. De donde tú volverás.
Gabriel
habló
Sofía
a las
23:47
0
le contestaron
Etiquetas: ¿por qué pisé charcos en el caribe?, historias, pequeño planeta
sábado, 2 de febrero de 2008
Silvio dicit
"- ¿A qué le debes todo?
- A la revolución.
- ¿Y al amor?
- Claro, eso es una redundancia. "
Como ya dijero una vez nuestros amigos los Escarabejos, todo lo que necesitamos es amor. Pero ¿qué es el amor cuando se convierte en egoísmo y pasividad? El mejor de los amores, es el amor al cambio positivo. Una vez patente en nuestros corazones la capacidad de mejorarnos, a nosotros y a nuestro alrededor, podemos hablar de amor.
El estancamiento solo produce mounstros.
habló
Sofía
a las
14:20
1 le contestaron
Etiquetas: ajeno pero inmanente, pequeño planeta
jueves, 10 de enero de 2008
Baile final
- Y ahora, Señor Viento ¿me concede este baile?
No esperé un respuesta, instantáneamente sentí elevarme, ayudada de un silbido juguetón. Poco después me hallaba a seis metros sobre las nubes, justo encima de un mar sublime y colorido. Desde ahí pude ver submarinos negros, grises y marrones bajo el agua, algunos se asomaban a la superficie. Era mentira eso de que existían submarinos amarillos. Al menos lo era en el mundo real. En este mundo, casi ajeno a mí, solo habían submarinos de investigación estrictamente científica, con motivos bélicos y para fines financieros (o financiosos, quién sabe). Aunque estaba segura de que en alguna parte existiría un submarino amarillo de verdad, un submarino con todo lo que conlleva ser un verdadero submarino que viaja acompañado de amigos, bajo agua verde y cielos azules.
El señor viento me seguía guiando con extremada delicadeza, pero a su vez firmemente y sin dejar un atisbo de inseguridad a mi vuelo. Casi estaba anocheciendo, pero aún se podían vislumbrar destellos violetas escapando por el horizonte. ¿A donde iban con tanta prisa? El Señor Céfiro (así me dijo que se llamaba) pareció leer mis pensamientos, pues la suave brisa que me mecía se transformó en una ráfaga brutal. La velocidad que alcanzamos era tan grande que mis ojos, ahora achinados, apenas lograban ver nada. Aunque esto no era para nada incómodo, era más bien hipnotizante, encantador, increíble, prodigioso, fastuoso, magnificentísimo, genialífico... ¿Cómo explicarlo? El señor viento me rodeaba y me hacía girar, saltar... llorar. Eran las lágrimas más cálidas que recordaba sentir sobre mis mejillas. Pero no eran lágrimas mías, y tampoco eran del viento, eran lágrimas compartidas. Nuestras lágrimas felices. El viento lloraba a través de mis ojos. Y reía desde mis labios. Mis mechones de pelo enredado se estallaban cariñosamente contra mi nariz. Pero no sentía ningún dolor, pues sabía que ahora el viento formaba parte de mí, y viceversa: yo era viento. Yo era brisa, era ráfaga, era aire y también era movimiento. Éramos, simplemente. Éramos y por eso yo volaba. Éramos y por eso mismo, él sentía. Volábamos y éramos felices. Llorábamos e inundábamos el mundo de nuestra magia aguada.
Abrazados a nosotros mismos, seguimos meciéndonos entre las nubes, ahora más suavemente. Por primera vez en mucho tiempo abrimos los ojos. Observamos que los destellos, antes violetas, que íbamos siguiendo desde hacía un rato habían empezado a tornarse de un color azul oscuro y profundo. En medio de aquella penumbra áspera pudimos ver, en lo más alto del cielo, un punto blanco con tenues pinceladas añiles, que teñía la noche de suave nostalgia, iluminando los rincones más profundos de la vida.
- Veniamos siguiendo aquellos destellos rojiazules, pero parece que nos ganan en velocidad -musitó mi parte voladora, deteniéndose desilusionada.
Entonces pudimos distinguir, más atrás de la línea infinita del horizonte, una enorme masa gris, negruzca, amarronada y de nosecuantos horribles matices más extendiéndose con cruel parsimonia por el cielo azul. Quebrando, a cada instante, un pedazo más de la suavidad de nuestro techo, antes estrellado. Vaciándolo todo de esperanza.
- Parece humo... -sonó una voz ronca, para entonces mi desconocida.
Pronto me di cuenta de que era mi voz, la voz de quien podía hablar; la voz de quién en algún momento pudo volar, y sentir. Es por eso que la voz del viento, la de quien no podía hablar, no hizo acto de presencia. Es más, deje de sentirme viento un instante después de haber pronuciado la palabra humo.
Caí lentamente durante mucho tiempo, tanto, que me quedé dormida mientras la magia del vuelo me abandonaba con tristeza. Al despertar abrí estos ojos, a mi pesar, ahora solo míos. Estaba tirada en medio de una carretera grisácea, perfectamente asfaltada. No había nadie a mi alrededor, en el ambiente se sentía una calma imperturbable y desgarradora. Ni la más mínima mota de polvo se movía. A mi lado yacía un submarino del que se podían intuir retazos de pintura amarilla bajo la herrumbre que lo enolvía. Me quedé tumbada de lado sobre el seco asfalto, mirando de reojo mi esperanza amarilla.
Mi mundo agonizaba. El baile había terminado.
habló
Sofía
a las
9:24
1 le contestaron
Etiquetas: historias, pequeño planeta
viernes, 7 de diciembre de 2007
-¿Y como se subvencionan?
-No se subvencionan, hacen vacas ¡¿Subvenciones?! ¿Quién va a subvencionar el bien de la humanidad?
habló
Sofía
a las
14:28
0
le contestaron
Etiquetas: pequeño planeta
sábado, 17 de noviembre de 2007
Mejor cállate tú
sangre coagulada, nunca azul,
estancada, por no limpiar la impura pureza
cállate tú
descendiente de Fernando VII, tu imperio ya terminó
calla, cállate tú
que has sido impuesto por tu sangre y no tus méritos
cállate,
que sólo sabes leer discursos preparados
y en cuanto escupes palabras pensadas
deseas haber callado
calla porque no eres quién para hacer callar las verdades
y porque jamás negarás de nuevo
lo que el pueblo colonizado ha reclamado:
la igualdad
esa que por tu simple existencia nos había sido negada
quédate en tu españa monárquica
canta, de nuevo, tus himnos juntos a tus congéneres
y elogia, si quieres, la estabilidad de la represión
de la falsa democracia y del capitalismo descontrolado
entretén, también si quieres,
a las doñas que precisan tu existencia
pero fuera de tu país, por favor, cállate
habló
Sofía
a las
19:26
4
le contestaron
Etiquetas: pequeño planeta, poesías
sábado, 3 de noviembre de 2007
Los reyes del mientrastanto
El rey, sapientísimo,
camina sobre las ruinas, perfectas,
de su propia pedantería.
El pueblo, ignorante,
alaba su alegoría,
y no pretende ascender,
pues mal caería.
(La feliz rutina nos consume,
a todos, en tinieblas de alegría.)
De mente vacía,
de alma completa.
Hallamos la distinción
en una realidad concreta.
Y, mientras tanto,
la Superiodidad
se lija el cerebro
con agujas de verdad.
Y, mientras tanto,
los niños, ineptos,
no saben jugar.
Y, mientras tanto,
el amor es prohibido
por no ser racional
Y es así que, día a día,
concurre el ganado
-sin amor ni poesía-
a crear vida funcional.
(Sin saber, sin embargo
que lo funcional,
no funciona para la verdad.
O mejor, un mientrastanto:
para mi verdad)
habló
Sofía
a las
19:46
1 le contestaron
Etiquetas: pequeño planeta, poesías