Granada es líquida y monumental.
Solo su caparazón
permanece.
Sus muros viven la nostalgia permanente
de la gente que va y viene.
El regreso,
si lo hay,
es siempre temporal y ambiguo.
Atraen sus colores
y
olores
de exotismo descontextualizado
Alegre es la fiesta y la gente
pero el
adiós
a cada paso está presente.
Maravillan sus calles, estrechas,
y sus rincones
con historia,
ya desvahídos de tantas fotos
de que han sido testigos.
Granada es una postal.
Aquí todo es fácil,
bello y trivial.
Da miedo arraigarse
a semejante paraíso
etéreo.
Tal vez sea por eso
que los lugareños
parecen no existir para nosotros:
la turba de gente
que cada verano se va por el desagüe.
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