jueves, 8 de julio de 2010

Un asunto espinoso: ética para una eterna inmanencia

De la trascendencia a la inmanencia.
El primer género de conocimiento es aquel con el que llegamos al mundo, es esa primitiva confusión que nos invade cuando estamos ante una situación nueva y desconocida para nosotros, en este caso, la vida. En ella nos constituimos como humanos en base el inmanente bucle de la mente y el cuerpo. Con nuestra llegada al mundo lo primero que recibimos son las causas externas que afectan al cuerpo, que inmediatamente transmite los estímulos recibidos a la mente, provocando ideas inadecuadas, al ser la conceptualización de un simple afecto externo que apenas conocemos y no sabemos dirigir desde nuestro interior, afecto que nos lleva a la inacción, pues se trata de una mera captación de percepciones que no pasa por el filtro de la razón.

Puesto que para Spinoza lo esencial es la auto transformación del sujeto en la búsqueda de su mayor potencia, el reflejo de una causa externa inserta en su mente no resulta suficiente para este fin eudaimonista, a pesar de que es indispensable para conocer el mundo que nos rodea. Pero esto no quita que sea un paso necesario e insalvable para el conocimiento de uno mismo. No hay que olvidar que el primer género tiene una potencialidad mucho mayor: la de conducir a un nuevo camino que la mayoría de las veces ignoramos, un camino del que no podemos prescindir si queremos encontrar la verdadera felicidad. Spinoza llamó a este camino segundo género de conocimiento. La posibilidad de que seamos capaces de encontrarlo es la misma para todos los seres humanos, la probabilidad de que lo busquemos, y por consiguiente lo encontremos, mucho más reducida. Y es que la norma suele ser quedarse estancado el primero género de conocimiento, en la superstición, y por consiguiente, en la inacción.

El segundo género de conocimiento es el paso racional de las ideas confusas a las claras y adecuadas desde una perspectiva inmanente y material, sin necesidad de recurrir a la metafísica. Esto es posible dado un contexto común de creencias, inevitable en la medida en que formamos parte de una misma especie, de un todo llamado naturaleza infinita. Tal sistema de creencias pasa de ser trascendentemente inadecuado para la vida (primer género de conocimiento) a ser inmanente en la relación material con el otro, cuyo sostén es la empatía desde una perspectiva. No se trata de un razón cognitiva, pues hablamos de ética y felicidad, no de ciencia.

La razón afectiva nos lleva a buscar la mayor potencia, quiero decir, a la posibilidad de actuar a través de la razón buscando la causa externa que produce en nosotros un efecto interno para así poder elegir que causas queremos que nos afecten y cuales no. En palabras del propio Spinoza: "Quien empieza a tener consciencia de las causas, busca los buenos encuentros y evita los malos encuentros". Las ideas adecuadas nos llevan a la acción racional, con lo que nos creamos un estado de de salud del psicosomática (cuerpo-mente) positivo, que es lo que llamaría Spinoza una pasión alegre. Si por el contrario simplemente padecemos nuestro exterior, y no somos conscientes de nuestra inmanencia respecto a este, nacen en nuestra mente las pasiones tristes. Y es que mientras las pasiones alegres fomentan nuestra potencia de actuar, las pasiones tristes la inhiben.

¿Como actuar, entonces, para mejorar nuestra potencia? Tanto en la matemática como en la vida cotidiana solo existe una forma de aumentar nuestra potencia y esta es sumándola con otras potencias. Esto quiere decir que para mejorar nuestra potencia vital nos es indispensable otro ser humano con el que sumarla, y es que “nada hay más útil para el hombre que el propio hombre”. ¿No es razonable pensar que por el bien de nuestra propia potencia, siempre es mejor sumarla -buscar el encuentro con el otro, del que ambos salimos beneficiados- que restarla y quedarnos ambos en cero? La independencia es una ilusión nacida del primer género de conocimiento cuando nos creemos acausales, únicos, especiales, e indispensables, ilusión que solo motiva la creación de pasiones tristes. ¿Acaso es malo depender del otro para aumentar nuestras posibilidades de supervivencia, y con ello, nuestra felicidad? Quien así piense vivirá siempre encerrado en el primer género de conocimiento. ¿Y que hay mas triste en este mundo que la reclusión de la mente en la religión del angustiante solipsismo?

Desde la perspectiva de la eternidad.
El tercer género de conocimiento consiste en la posibilidad de que la conciencia del modo humano sea capaz de verse como la expresión finita de una naturaleza infinita, es decir, poder observar el mundo desde la perspectiva de la la eternidad, o en palabras de Spinoza "sub specie aeternitatis". Concebimos la eternidad intelectual e intuitivamente, cuando somos conscientes de la unidad de las cosas nimias y sentimos amor al percibir la singularidad del mundo: observar el polvo a través de un rayo de luz, el ruido de las hojas crujiendo al otro lado de la ventana, el silencio relativo de las salas de estudio... todo forma parte de la Diosa naturaleza infinita.

"Naturaleza, tú eres mi diosa; a tu ley ofrendo mis servicios"

Esta frase de Shakespeare puede resumir muy bien el pensamiento spinozista si se interpreta adecuadamente: puesto que Dios es inmanente a todas las cosas y yo formo parte de ellas, yo soy mi propio Dios en la medida en que formo parte de esta divina naturaleza infinita. Así pues, mis servicios están subordinados a una naturaleza que me es inmanente, tanto a mí como a todo lo existente, por tanto, me subordino a mí misma como parte de la naturaleza. Y puesto que la naturaleza es infinita y yo soy naturaleza, yo misma soy infinita dentro de la finitud que me concede el modo humano al que pertenezco. Ni nuestro cuerpo ni nuestra mente son eternos, pero podemos intuirnos desde las ideas como tales al formar parte de una eternidad, para así actuar en consecuencia con la naturaleza infinita como si de nuestro mayor órgano vital se tratara.

El cuerpo humano, sometido a la duración del tiempo físico, ni es eterno ni debe pretender ser tal cosa. Tampoco lo es la mente, pero su cometido sí que es pretenderlo, pues ella quien da a luz las ideas que la hacen representarse desde la perspectiva de la eternidad. Si con el segundo género de conocimiento sentimos un afecto abstracto-teórico hacia el otro, con el tercer género este afecto se profundiza y concretiza en forma de amor hacia las cosas singulares e inmediatas de nuestra existencia. Este tercer género de conocimiento, que por un lado ama la finitud de lo concreto, es también consciente de la larga cadena causal de la naturaleza, que en los ojos humanos se muestra infinita. Concebir esto del modo más natural posible nos llena de contento y serenidad. Si somos capaces de vernos como una finita parte del infinito no tenemos por qué temer a la muerte. Al contrario, debemos alegrarnos de que existan mecanismos de descomposición de lo finito que posibiliten la infinitud y el cambio material para que todo fluya eternamente, incluso el pensamiento de uno mismo.

Naturaleza, libertad y responsabilidad.
¿Qué criterios rigen el bien y el mal? ¿Cuál es el lugar de la libertad en la naturaleza humana? ¿Qué significa una vida auténtica? ¿Está en nuestra mano hacer este planeta más habitable? ¿Es la responsabilidad de conservarlo un mandato externo a la propia naturaleza, o más bien es una potencialidad inmanente a ella misma? ¿Existe una salida al caos tecnológico que nos hace dominar la naturaleza, y con ella, a nosotros mismos?

Iremos abordando todas estas cuestiones y las que surjan a partir de ellas en la visión de Hans Jonas y Baruch Spinoza, dos autores tan similares como dispares. Partiendo de la noción del mal, concepto recurrente en toda filosofía moral, nos encontramos con que Hans Jonas en El concepto de Dios después de Auschwitz atribuye el nacimiento del mal a la renuncia de Dios al poder, lo cual permite que el hombre exista y pueda decidir libremente, el hombre parte entonces del mal como síntoma de tal independencia.

Esta noción del mal, fundamentada en un libre albedrío irresponsable de un mundo en que Dios ha abandonado el poder, choca frontalmente con la concepción spinozista del mismo, para quien la existencia de un Dios respecto al bien o el mal, es del todo irrelevante. El mal existe solo desde un punto de vista inmanente a la naturaleza humana, y la noción clave es el conatus, o impuso hacia la autoconservación: son buenos los actos que aumentan la potencia humana del conatus, y malos los actos que la reducen. Es por esto que podríamos decir que el bien y el mal es al Dios de Spinoza, lo que la alegría y la tristeza a una piedra.

El fundamento de la autoconservación para Hans Jonas no es, como en el caso de Spinoza, la misma potencialidad del conatus en una búsqueda de armonía total con la naturaleza. Según Jonas, una vez que Dios desaparece, lo que nos queda es la libertad, de la que debe emanar la responsabilidad, en la búsqueda de una vida humana auténtica, que es lo que Spinoza llamaría la búsqueda de la mayor potencia. Puesto que esta libertad recién ganada tiene al mal como punto de partida, la búsqueda del bien necesita de un impulso externo dado por algo llamado humanidad. La responsabilidad se convierte así en un imperativo moral para la autoconservación y no una ley inmanente a nuestra propia condición humana, como diría Spinoza.

El principio de responsabilidad en Jonas nace de la preocupación por el desenfrenado avance de las tecnologías que amenazan con destruir la humanidad y su medio. El mérito de esta ética se encuentra, por ello, en el cambio de perspectiva histórica que se hace patente con el nacimiento una ética dirigida la protección de la naturaleza, antes irrelevante, pues la naturaleza era dueña de si misma y del hombre. Pero es con el dominio del hombre sobre la naturaleza que crece su responsabilidad, no ya consigo mismo y con su propia vida, sino con todo lo que lo rodea. La ciencia y la tecnología se han convertido en herramientas de dominación de la naturaleza, y con esto se pierde el deber moral de protegerla, convirtiéndose en un deber institucional. De tener bosques libres se pasa a tener parques naturales y reservas étnicas o ecológicas pensadas para nuestro propio ocio. Vivimos en un mundo en que la naturaleza ha sido desplazada de su lugar, convirtiéndose así en un mero complemento muchas veces molesto. El dominio sobre el medio en que nos movemos, un dominio impulsado por la técnica, implica también una responsabilidad, la de conservarlo. Hans Jonas fundamenta el principio de responsabilidad en la “heurística del temor”, o el miedo a lo irreversible, miedo a nuestra propia libertad.

“El hombre es el único ser conocido que tiene responsabilidad, sólo los humanos pueden escoger consciente y deliberadamente entre alternativas de acción y esa elección tiene consecuencias. La responsabilidad emana de la libertad, ó la responsabilidad es la carga de la libertad”

Esta concepción de la libertad y la responsabilidad en Hans Jonas es claramente dualista, pues considera al hombre como una especie totalmente distinta al resto, no así con Spinoza, para quien la diferencia entre humanos y animales es una cuestión de grado y de complejidad, pero no existe ningún salto cualitativo entre unos y otros, al estar hechos todos de la misma sustancia. La responsabilidad es una cualidad inmanente al segundo género de conocimiento, pero esto no implica que exista un libre albedrío relativo a nuestras elecciones en el medio natural, pues las leyes de la naturaleza nos determinan y nos condicionan mediante el conatus. Ser libre se limita en Spinoza a ser consecuente que ese conatus y guiarse por una razón que preserve la vida.

Spinoza, como es obvio no pudo prever el avance desmedido de la técnica en la actualidad, pero sí tuvo claro desde un principio nuestro lugar en la naturaleza, a la que concebía como un todo infinito, del cual nosotros somos una pequeñísima parte. Quizá si su pensamiento hubiera calado más fuerte, y el ser humano hubiera llegado a lo que él llamó tercer género de conocimiento, tendríamos una visión universal e inmanente de nuestro propio ser en función de todo lo que nos rodea, dotando de unidad y equilibrio a la multiplicidad de fenómenos naturales en busca de la conservación del todo. Pero las cosas no se desarrollan siempre como uno quiere y el dualismo siempre ha tenido más seguidores de los a muchos nos habría gustado. Es por esto que quizá la solución de Hans Jonas, como mandato externo, atribuido a un ente superior -llámalo humanidad, Dios o miedo- tenga mayor efectividad que la propuesta por Spinoza, que aboga por cierta autonomía del individuo en la medida en que éste es capaz de concebirse a sí mismo sub specie aeternitatis, noción de la que inevitablemente surgiría un impulso natural e inevitable desde nuestra potencia que busca sumarse con el resto de la naturaleza infinita. De forma que sería absurdo pensar en la naturaleza como algo ajeno, y la responsabilidad no sería responsabilidad sino la manera más coherente de actuar. Nadie en su sano juicio se haría daño a si mismo, y si nosotros hacemos dañamos la naturaleza, es porque no estamos sanos, ni por dentro, ni por fuera. Pero dado que la enfermedad del dualismo, a corto plazo, no es fácil de curar, hay que ser prácticos y buscar una solución que motive nuestra acción:

“Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”.

Al menos, como solución temporal a nuestro constante empeño de padecer de jefes que nos digan que es una vida auténtica y cual no, antes de que el desastre sobrevenga mientas caminamos hacia el tercer género de conocimiento.

“Y si el camino que he demostrado que conduce hasta aquí, parece sumamente difícil, no obstante, puede ser hallado. Difícil sin duda tiene que ser lo que tan rara vez se halla. Pues, ¿cómo podría suceder que, si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera ser encontrada sin gran esfuerzo, fuera por casi todos despreciada? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro.”

2 le contestaron:

Elettra Forever dijo...

buenos consejos y buenas reflexiones!
besos

naditales dijo...

Interesante reflexión, sobre todo la diferencia ente Hans Jonas y Spinoza. Te aconsejo leas, sino lo has leído, la tesis de Jonas sobre los Gnósticos que está en la 5ªplanta de la biblioteca.