lunes, 30 de julio de 2007

Cadenas sin moraleja

Había una vez un Gran Manzano que nunca daba manzanas. Y vivía triste y desesperanzado en su absurdo trozo de tierra infértil. Siempre estuvo solo, hasta que cierto día notó como una minúscula esferita brotaba de una de sus cansadas ramas. ¡Era una pequeña manzanita! El Gran Manzano, feliz por primera vez en su vida, observó como su Pequeña Manzanita progresaba día tras día. Gastaba todas sus energías en alimentar a su primogénita, que cada día crecía más y a mayor velocidad. Llegó un momento en que la verdísima Pequeña Manzanita había alcanzado el tamaño de una sandía. Su padre el Gran Manzano, muy orgulloso, la contemplaba con autosuficiencia. Pero ese orgullo duró poco y pronto fue sustituido por una terrible angustia: la ya no tan Pequeña Manzanita quería independizarse.
Ella insistía en que quería desprenderse de las ramas de su enorme padre y llegar a tierra, para convertirse en un bello árbol independiente y, algún día, superar a su progenitor en tamaño. Esa idea atormentaba a nuestro Gran Manzano. No podía dejar que su única manzanita lo abandonara. Sabía que jamás llegaría a tener otras manzanas y, de tenerlas, ninguna sería tan bella y esbelta como ella. Así pues, se aferró con muchísima fuerza a su hija, impidiendo que esta cayera a tierra. La Pequeña Manzanita, deprimida, empezó a envejecer, arrugarse y por último, podrirse.
Llegó un momento en que no era más que un trozo de tierra muerta que colgaba de la rama de un manzano llorón. El manzano posesivo, ahora se lamentaba de no haber dejado ir a su hija. “De haberlo hecho –pensaba- ahora ella sería un hermoso arbolito que crecería a mis pies. Ahora además de estar solo, estoy condenado a ver de por vida mi horrible obra, a mi consumida e inerte pequeña”.

Su tristeza duró poco tiempo, el justo para que su hija podrida se convirtiera en abono fértil y una de las semillas que guardaba en su interior empezara a germinar. Fue así como, poco a poco, creció de la Pequeña Manzana podrida un nuevo y minúsculo arbolito. De este mismo arbolito nació otra manzana verde a la que él, al igual que había hecho su abuelo el Gran Manzano, no permitió independizarse. Entonces la nueva manzanita verde, como había hecho su abuela la Pequeña Manzanita, hizo nacer de sí misma otro árbol aún más pequeño que el anterior.
Y así ocurría sucesivamente: los arbolitos impedían independizarse a sus manzanas, y las manzanas en su afán maternal tenían arbolitos posesivos que nunca dejarían marchar a sus hijas. Esta extraña situación fue la causa de que, al cabo de un tiempo, se formara una larguísima cadena de árboles colgantes, a cada cual más pequeño.

¿El final? Elige:

A. El tallo de una de tantas manzanitas se resquebrajó por el peso. De modo que cayó, por fin, a tierra la cadena de arbolitos. Estos, al no estar conectados a un árbol grande y protector que los alimentara, murieron progresivamente.

B. El gran manzano deja caer por fin a su hija muerta, haciendo desmoronarse la cadena de arbolitos. Las semillas que aún guardaban las manzanas podridas se hunden en la tierra y, al ser tan diminutas, nacen pequeños bonsáis que son robados por los humanos para adornar esos sitios cuadrados donde viven. Al poco tiempo todos mueren en sus macetas.

C. El manzano mayor se consume poco a poco, a causa de la energía que le roba su inmensa prole. Se seca y, como consecuencia, la cadena de árboles colgantes también, dejando como recuerdo una familia de árboles extravagantes poéticamente muerta.

D. La cadena de arbolitos se hace tan larga que por fin llega a tierra una manzana del tamaño de un mosquito. La pequeña manzana deja salir de sí la diminuta semilla que guarda. Al tener abono suficiente, de la semillita nace un pequeñísimo árbol que día tras día, y a día de hoy, intenta desafiar las alturas de su tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tatara abuelo. Con esto deducimos, al contar los tátaras, que del primer árbol nacieron catorce arbolitos más antes de llegar a tierra.
Conclusión: Catorce = muchísimos.

En A, B y C no hay conclusión aparente. ¿Pero hay moralejas?... ¿Quizás el destino? ¿O el desatino? ¿Puede que el arte? Es a ti, intrigado lector, a quien toca contestar. Eres tu quién debe crear un final, tu final.

2 le contestaron:

Anónimo dijo...

ajaj sofia! :)

Para mí que la D es la mejor, pero eso de morir en familia tampoco está mal..

:P I have to talk to you un día de estos

Sofía dijo...

sí, el D fue el primer final que escribí xD

yez! me too