martes, 7 de agosto de 2007

De sonrisas tristes y demás contradicciones

Una vez, en un pequeño pueblo vivía un chico. Pero no era un chico normal. Nuestro protagonista siempre estaba triste, sin embargo, siempre sonreía. Cuando dormía, cuando hablaba, cuando paseaba, cuando comía... ¡Siempre!
Nunca nadie lo había visto triste. Jamás había dejado escapar una lágrima de sus ojos. Pero no porque el no quisiera, simplemente no podía. Su eterna sonrisa era un gesto que no podía borrar de su cara por mucho que lo intentara. Era un sonrisa preciosa, pero como sólo el sabía, no era sincera. Y la odiaba, odiaba parecer feliz cuando siempre había estado triste.

Cuando paseaba por la calle la gente se paraba a contemplar su sonrisa con un gesto embelesado. Nadie nunca le habló, todos estaban demasiado ocupados observándolo como para dirigirle la palabra; nadie parecía darse cuenta de que su boca también servía para emitir sonidos. Así pasaba todos los días, salía a la calle con la esperanza de hablar con alguien, pero nadie lograba articular una palabra ante su presencia. Era como si el mundo se detuviera ante su sonrisa. Todos se maravillaban ante la felicidad que irradiaba el chico.

Al llegar a casa, siempre lamentaba su desgracia ante el espejo, odiándo cada vez más su estúpida sonrisa.
¿Estaba condenado a tener que mostrar una felicidad que no sentía? ¿Lograría mantener alguna vez un conversación con alguien? ¡¿Nadie se daba cuenta de que realmente no era feliz?!

Una mañana como otra cualquiera, al despertar después de una noche en la que como de costumbre no soñó nada, decidió poner en práctica una idea que llevaba mucho tiempo rondando su cabeza.
Tomó unos alfileres y se los clavó en las comisuras de sus labios, transformando así su sonrisa en una grotesca mueca de tristeza. Con la sangre que le chorreaba por la barbilla después de los brutales pinchazos, se pinto unas lágrimas que se deslizaban desde sus párpados, atravesaban sus mejillas y morían en su barbilla.
Dolorido y a la vez decidido se dispuso a salir a la calle para mostrar sus verdaderos sentimientos ante la incomprensión de los transeúntes con los que se cruzaba, y que alguna vez, habían envidiado una felicidad inexistente. La primera persona que lo vió fue una niña de unos nueve años, que tras mirarlo un rato con los ojos como platos, chilló:
El Chico Feliz! ¡Es él! Parece triste...
Todos los vecinos de la zona se asomaron curiosos por las ventanas de sus casas, los caminantes detuvieron su marcha y se dirigieron hacia él para ver que pasaba. Al ver al chico que había alegrado sus días durante tanto tiempo con un terrible gesto de sufrimiento y chorreando lágrimas de sangre se compadecieron de él, e intentaron consolarlo. Entonces, el chico triste dejó ver en sus labios una fugaz, pero ahora verdadera sonrisa que nadie vió. Su corazón salto de felicidad ¡Por fin se daban cuenta de que era un chico triste!


(...en un mundo lleno de contradicciones)

18 de noviembre, 2006

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